Ya es suficientemente malo no poder levantarse tan rápido del suelo tras recibir un primer golpe propinado por un conflicto armado, el hambre o una pandemia; pero es aún peor recibir un segundo puñetazo cortesía del cambio climático, más si se sabe que la capacidad de reacción está mermada por factores estructurales como la pobreza y la desigualdad.
Ciertamente, la vulnerabilidad es mayor en lugares con pobreza, problemas de gobernanza y acceso limitado a servicios y recursos básicos, conflictos violentos y altos niveles de medios de vida que son sensibles al clima (como pequeños agricultores, pastores y comunidades pesqueras), así lo destaca el más reciente informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), titulado Cambio Climático 2022: Impactos, Adaptación y Vulnerabilidad.
Este informe constituye la segunda entrega del Sexto Informe de Evaluación (AR6, por sus siglas en inglés) del IPCC. Mientras que el primer reporte se centró en analizar las bases científicas del cambio climático, esta nueva entrega evalúa los impactos en los ecosistemas, la biodiversidad y las comunidades tanto a nivel global como regional. Asimismo, el informe –elaborado por 270 autores de 67 países- examina las vulnerabilidades, capacidades y límites de los ecosistemas y las personas para adaptarse.
Para ilustrar esa relación entre desigualdad y vulnerabilidad, los autores del IPCC ponen un ejemplo: entre 2010-2020, la mortalidad humana por inundaciones, sequías y tormentas fue 15 veces mayor en las regiones altamente vulnerables, en comparación con las regiones de muy baja vulnerabilidad.
Los focos mundiales de alta vulnerabilidad están identificados: África Occidental, Central y Oriental, Asia Meridional, América Central y América del Sur, los Pequeños Estados Insulares en Desarrollo y el Ártico.
“La vulnerabilidad a diferentes niveles espaciales se ve exacerbada por la desigualdad y la marginación vinculadas al género, la etnia, los bajos ingresos o una combinación de los mismos, especialmente para muchos pueblos indígenas y comunidades locales. Los desafíos actuales de desarrollo que causan una alta vulnerabilidad están influenciados por patrones históricos y actuales de inequidad como el colonialismo, especialmente para muchos pueblos indígenas y comunidades locales”, se lee en el Resumen para Tomadores de Decisiones derivado del informe.
Si no se trabaja en reducir y erradicar la desigualdad, la vulnerabilidad seguirá presente en aquellos territorios donde las capacidades de los gobiernos, las municipalidades, las comunidades y el sector privado sean menos capaces de proporcionar infraestructura y servicios básicos.
En la urbe, la vulnerabilidad se concentrará en los asentamientos informales y en los poblados más pequeños de rápido crecimiento; mientras que en las zonas rurales, la vulnerabilidad se verá incrementada por procesos combinados como la alta migración, la reducción de la habitabilidad y la alta dependencia de los medios de vida sensibles al clima.
“Los sistemas de infraestructura clave -como el saneamiento, el agua, la salud, el transporte, las comunicaciones y la energía- serán cada vez más vulnerables si las normas de diseño no tienen en cuenta las condiciones climáticas cambiantes”, señala el reporte.
América Central cumple con varios puntos del listado. De hecho, su vulnerabilidad se ve amplificada no solo por la desigualdad sino también por la pobreza, el crecimiento demográfico y la alta densidad de población, el cambio en el uso de la tierra, la degradación del suelo y la alta dependencia de las economías nacionales y locales de los recursos naturales para la producción de productos básicos.
“Los altos niveles de pobreza generalizada, la débil gobernanza del agua, el acceso desigual a los servicios de agua potable y saneamiento y la falta de infraestructuras y financiación reducen la capacidad de adaptación, aumentando y creando nuevas vulnerabilidades en la población”, subraya el informe.
Pero, además, las profundas desigualdades económicas, étnicas y sociales se ven exacerbadas por el cambio climático. A manera de ejemplo: las mujeres, y sobre todo las más pobres, son más vulnerables y se ven afectadas en mayor proporción por los cambios en el clima. La capacidad de adaptación de muchas está mermada, lo cual amplía aún más las brechas estructurales de género.
Complejidad
Esa combinación de factores estructurales y vulnerabilidad climática hace que los impactos sean cada vez más complejos y difíciles de gestionar. “Se producirán múltiples peligros climáticos simultáneamente, y múltiples riesgos climáticos y no climáticos interactuarán, lo que dará lugar a la agravación del riesgo global y a los riesgos en cascada en todos los sectores y regiones”, explicaron los autores.
Para Edwin Castellanos, investigador guatemalteco y autor principal coordinador del AR6, la desigualdad no solo está asociada a países pobres. “También los países ricos y desarrollados tienen, dentro de sus poblaciones, grupos que pueden estar en situaciones de alta vulnerabilidad”, dijo.
Asimismo, y según Castellanos, la vulnerabilidad también está determinada por la fortaleza de las instituciones y la capacidad de gobernanza que existe en los territorios para enfrentar los desafíos. “En Centroamérica, estos factores son bastante débiles en términos de responder a situaciones extremas”, señaló.
A la ecuación se suman no solo las decisiones tomadas en el pasado sino también aquellas referidas a los actuales modelos de desarrollo. La vulnerabilidad humana y la de los ecosistemas son interdependientes, por lo que patrones de uso insostenible de los recursos naturales pueden incrementar la exposición de las personas a los riesgos climáticos.
“Cada vez hay más pruebas de que la degradación y la destrucción de los ecosistemas por parte de los seres humanos aumenta la vulnerabilidad de las personas. El uso insostenible de la tierra y el cambio del paisaje, el uso insostenible de los recursos naturales, la deforestación, la pérdida de biodiversidad, la contaminación y sus interacciones, afectan negativamente las capacidades de los ecosistemas, las sociedades, las comunidades y los individuos para adaptarse al cambio climático”, se lee en el reporte.
“La pérdida de los ecosistemas y sus servicios tiene un impacto en cascada y a largo plazo sobre las personas en todo el mundo, especialmente sobre los pueblos indígenas y las comunidades locales que dependen directamente de los ecosistemas para satisfacer sus necesidades básicas”, continúa el documento.
Evidencia de impactos
La región centroamericana es también desigual en sí misma y esto se ve reflejado cuando se analiza el riesgo, el cual no solo mira la vulnerabilidad sino también la exposición al impacto. El istmo no solo posee territorios altamente vulnerables debido a aspectos biofísicos y socioeconómicos, sino que también tiene una alta exposición a eventos extremos como huracanes y sequías.
Por ejemplo, los países del norte de América Central se encuentran entre las regiones más sensibles a las migraciones y los desplazamientos relacionados con el clima, un fenómeno que ha aumentado desde el Quinto Informe de Evaluación (AR5).
Los agricultores centroamericanos, por ejemplo, dependen de la lluvia para irrigar sus cultivos. Uno de los impactos observados por los científicos es la alta variabilidad de las precipitaciones en la región. “Esta lluvia, al llegar tarde, ha causado que muchos pierdan sus cosechas”, comentó Castellanos. Esas cosechas no solo constituyen el ingreso económico que tienen las familias, sino que también es la base de su dieta. Según el informe del IPCC, la inseguridad alimentaria aguda y la malnutrición relacionadas con las inundaciones y la sequía han aumentado en América Central.
Es más, se prevé que empeoren los impactos sobre los medios de vida rurales y la seguridad alimentaria, especialmente para los pequeños y medianos agricultores y los pueblos indígenas. Esto incluye la reducción general de la producción agrícola, la superficie agrícola adecuada y la disponibilidad de agua.
También se prevé que las sequías estacionales se alarguen, intensifiquen y aumenten su frecuencia, mientras que las pequeñas pesquerías y el cultivo de mariscos se verán afectados negativamente a medida que los eventos de El Niño y La Niña se vuelvan más frecuentes e intensos.
En este sentido, los factores climáticos interactúan con los factores sociales, políticos, geopolíticos y económicos. De hecho, el informe destaca que las sequías, las tormentas tropicales y los huracanes, las lluvias torrenciales e inundaciones están entre las causas más comunes de migración y desplazamiento.
Los pueblos indígenas son particularmente vulnerables. Aunque existe un creciente consenso científico que reconoce y aboga por los derechos territoriales de las comunidades en pro de la acción climática, las Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica (COICA) denuncian que los pueblos indígenas latinoamericanos siguen siendo marginados.
“La presentación del nuevo reporte del IPCC se da en un contexto en el cual los bosques tropicales, básicos para el equilibrio climático, continúan siendo arrasados por la tala, la minería y la expansión urbana, a una velocidad nunca antes vista”, se lee en el comunicado de COICA. “Además, en muchos países, los gobiernos están intensificando los esfuerzos para revertir los derechos y abrir los territorios indígenas a nuevos proyectos mineros y extractivos, poniendo en riesgo el bienestar de las comunidades forestales y los ecosistemas que han protegido y alimentado, a veces durante milenios”.
Adaptación inclusiva y a la medida
Para Castellanos, las medidas de adaptación pueden ayudar a reducir la vulnerabilidad de los territorios, pero estas deben ser específicas, ya que las necesidades de cada región dependen de su contexto socioeconómico y situación biofísica.
Liliana Miranda, investigadora peruana y autora del informe, ve una oportunidad de desarrollo en la adaptación. “La adaptación no está tan lejos de las acciones que necesitan nuestros países y ciudades para desarrollarse. Lo que tenemos que hacer es mirarlas con los lentes del clima y, a partir de ahí, hacer los ajustes necesarios”, dijo.
Eso sí, la investigadora manifestó que las acciones deben darse a múltiples escalas y estas deben contemplar la participación de personas representantes de los grupos sociales más expuestos y vulnerables.
“Estos son elementos críticos para una adaptación efectiva”, comentó Miranda y agregó: “el hecho de involucrarlos en el desarrollo e implementación de las medidas de adaptación, ya de por sí está contribuyendo a una adaptación más efectiva. Involucrar a movimientos sociales, a los actores locales, en el desarrollo de las políticas y los planes de adaptación genera sinergias positivas y mejores resultados”.
Asimismo, y según la experta, los planes de adaptación que contemplan el género, la edad, la etnia y el estatus socioeconómico, son más eficientes, ya que estos son factores que determinan la vulnerabilidad.
“Si solo nos enfocamos en los elementos climáticos y ecosistémicos, pero no vemos como estos se conectan con la vida cotidiana, y particularmente con la vida de los más pobres, pues estamos perdiendo una oportunidad de irnos más a las soluciones”, declaró Miranda.
El informe, de hecho, habla de justicia climática, concepto que incluye tres principios: la justicia distributiva, que se refiere a la asignación de cargas y beneficios entre individuos, naciones y generaciones; la justicia de procedimiento, que se refiere a quién decide y participa en la toma de decisiones; y el reconocimiento, que implica un respeto básico y un compromiso sólido con las diversas culturas y perspectivas y una consideración justa de las mismas.