Existe un único camino para llegar a la Isla del Coco: navegar por horas y horas. Si el barco sale de la costa de Puntarenas, el viaje puede tardar hasta 36 horas sin otro paisaje que el vasto océano mordiendo el casco de la embarcación. Solo así se revela la isla.
Durante años, turistas y científicos han pagado gustosamente ese precio, conscientes de que la recompensa lo supera: en sus 23,85 kilómetros cuadrados de tierra y, principalmente, en sus más de 2.000 kilómetros cuadrados de dominios submarinos, el Parque Nacional Isla del Coco (PNIC) resguarda una riqueza inédita en el Pacífico Tropical Oriental.
¿Cómo proteger mejor estos recursos naturales? Esta es la pregunta que desembocó en su inclusión como área de conservación en 1978, principalmente ante la amenaza latente de pescadores ilegales (aunque el área marina no se incluyó entonces, sino años después).
Casi cuatro década después y con la presión humana más cerca que nunca, otro elemento va creciendo: el calentamiento global y su impacto en océanos, la biodiversidad marina y los recursos terrestres.
El efecto que tendrá el calentamiento global en la Isla del Coco es todavía incierto para los científicos, como ocurre en muchos ecosistemas tropicales donde las preguntas superan por mucho los presupuestos de investigación.
No existe un libro, un informe o un reporte reciente que consolide los hallazgos sobre el tema, pero los científicos saben que un calentamiento mundial afectará los arrecifes, los tiburones, la biodiversidad marina, los bosques nubosos y hasta la economía asociada a la isla.
El PNIC es territorio fértil para la ciencia. La Universidad de Costa Rica (UCR), la Universidad Nacional (UNA) y otras instituciones incluyendo National Geographic la han visitado y la primera lo hace constantemente para hacer mediciones.
De esos viajes nacieron, por ejemplo, los 20 artículos académicos publicados en febrero de 2016 en el Suplemento Especial de la Revista de Biología Tropical –que edita la UCR desde 1953– y que analizan temas como corales, corrientes, bosques y precipitación.
La temperatura
“Si vos ves la temperatura, tanto la del aire como la del mar, se ha observado un marcado calentamiento en esta región y se proyecta un marcado calentamiento”, explica el meteorólogo y oceanógrafo Eric Alfaro, investigador del Centro de Investigaciones Geofísicas (Cigefi) y el Centro de Investigación en Ciencias del Mar y Limnología (Cimar), ambos de la UCR.
Es complicado asegurar esto en el caso de la Isla del Coco. ¿Por qué? Porque las mediciones de temperatura in situ son relativamente recientes (apenas unas décadas) e impiden concluir si ha habido calentamiento sostenido. Sin embargo, hay otros recursos.
Alfaro y su colega Hugo Hidalgo, quien dirige el Cigefi, procesaron datos globales de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos (NOAA, en inglés) y analizándolos lograron precisar el aumento para la isla (cerca de 0,0017 grados centígrados por año, entre 1854 y 2013).
Sus resultados fueron publicados en esta edición especial de Biología Tropical.
Cuatro años antes, Alfaro y otro físico, Tito Maldodano, publicaron sus pronósticos para el futuro del clima en la isla: no hay un patrón claro de tendencias hacia menos o más precipitación por año (excepto un leve aumento entre abril y octubre), pero si el planeta mantiene su ritmo actual de emisiones de gases de efecto invernadero, la isla también se calentará.
Alfaro hace una salvedad: Isla del Coco se encuentra ubicada en “una región tremendamente sensible a los calentamientos (de El Niño) y a los enfriamientos (La Niña)”, que podrían ser más significativos para las especies de la isla que un aumento paulatino y sostenido, excepto por un detalle.
“Imaginate que seguís calentando y además se viene un evento cálido, es decir El Niño fuerte, tenés que sumarle uno o dos grados a esa tendencia positiva al calentamiento”, explica Alfaro.
Estos eventos y particularmente El Niño (donde los cambios de corrientes provocan un aumento de temperaturas) funcionan como una “ventana al futuro”, explica el biólogo marino Jorge Cortés, una de las máximas autoridades en la isla.
“Digo que es una ventana al futuro porque estamos viendo que se está calentando la Tierra y el mar se calienta también”, apunta Cortés, científico del Cimar.
Los corales
Las últimas ocasiones que El Niño llegó a niveles críticos (en 1982-1983 y en 1997-1998) las aguas alrededor de la isla aumentaron su temperatura varios grados, afectando los arrecifes coralinos.
¿Por qué los afectan? Los corales son animales diminutos que viven en grandes grupos y producen un esqueleto externo, que al acumularse llegan a formar el arrecife. Su coloración la deben a una microalga llamada zooxantela que viven adentro del coral y, por medio de la fotosíntesis, le proveen energía.
Pero si las aguas se calientan, “llega en punto en que el coral se da cuenta que para mantener a la zooxantela tiene que invertir más energía de la que obtiene de esta. Finalmente la expulsa y ahí es cuando ocurre el blanqueamiento”, explica la bióloga Celeste Sánchez, especialista en corales.
Cuando ocurren calentamientos repentinos, como los de El Niño, el coral puede aceptar a la microalga cuando el océano se enfríe. Pero, ¿qué pasa si el mar se calienta de manera sostenida?
“Si las condiciones de temperatura se mantienen por un período muy prolongado, la zooxantela no puede regresar al coral, este no puede seguir manteniéndose y termina muriendo”, apunta Sánchez, investigadora visitante del Cimar y candidata de doctorado en el Centro de Ecología Marina Tropical de Leipzig.
Luego del blanqueamiento o la muerte, los arrecifes son "sobrecrecidos" por especies como algas o esponjas. Llegado a este punto, “es casi imposible que los arrecifes se recuperen al punto original de tener coral vivo”, explica ella.
Esto impacta toda la cadena de biodiversidad marina, porque los arrecifes ofrecen albergue a peces de importancia comercial, langostas, cangrejos y especies marinas que pueden permanecer ahí toda su vida o salir a mar abierto u otras regiones cercanas.
“Cuando los arrecifes coralinos dejan de existir, estas especies ya no tienen cómo protegerse o dónde alimentarse y migran o desaparecen. Esto tendrá impactos a nivel ecológico y a nivel socioeconómico”, señala Celeste.
Hasta ahora, los corales han logrado sostenerse e incluso mejorar. Tras analizar los arrecifes entre 2013 y 2014, cinco científicos de la UCR y una de Conservación Internacional concluyeron que los corales crecieron casi diez veces en dos décadas y media, una mejora tras alcanzar un punto mínimo en 1987, cuando solo cubrieron 4% del área analizada (en la nueva medición, llegaron al 36% del área analizada).
Sin embargo, el océano se calentará. Las proyecciones más conservadoras del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC, en inglés) de Naciones Unidas apuntan a un calentamiento del océano de 1° centígrado si reducimos nuestras emisiones y hasta 3°C si mantenemos el ritmo actual, lo que coincide con los hallazgos de Alfaro y Maldonado en sus escenarios de final del siglo XXI en la Isla del Coco.
Tiburones
Al menos 14 especies de tiburones viven en aguas del Parque Nacional Isla del Coco, algunas residentes como el tiburón punta blanca de arrecife y otras son migratorias, como el tiburón martillo y el tiburón ballena, cada grupo tendría impactos diferentes.
Los “locales” se verían más afectados, pues “si los arrecifes se mueren, ellos se ven directamente afectados porque ahí está su ciclo de vida, su refugio, comida y su área de vida”, explica Ilena Zanella, bióloga marina de la organización Misión Tiburón, quien junto a otros investigadores publicó recientemente un estudio que apunta a dos bahías de la isla como zonas de crianza.
Por otra parte, habría una disminución de tiburones migratorios si las aguas se calientan y en casos extremos hasta podrían dejar de llegar a la isla, explica la experta.
“El año pasado (2015) hubo una baja en la abundancia de los tiburones martillo, porque fue un año fuerte de El Niño. No estaban del todo, o se veían en aguas más profundas”, apunta Zanella, una de las principales expertas de tiburones en el país.
Precisamente estas poblaciones de tiburones, particularmente los martillos, son una de las principales atracciones del PNIC. No es una frase ociosa, sino la conclusiónde un estudio que preparó la Universidad Nacional en 2010.
En un artículo publicado en el 2012, la economista Mary Luz Moreno Díaz consultó a turistas por sus motivos de llegar a la isla, con la posibilidad de aportar más de una respuesta. La primera opción fue la observación de tiburones (98%), seguida por la observación de los arrecifes de corales (92%).
Además, Moreno concluyó que el parque generó un ingreso bruto de $8,3 millones, gracias a los turistas que lo visitan y que, en promedio, gastan entre $4.000 a los $7.600, aproximadamente.
La investigadora hizo además otra pregunta: ¿Seguirían visitando la Isla del Coco aunque la especie objeto de su visita disminuyera o desapareciera? Tres de cada diez turistas dijo que no.
Con esto, Moreno calculó que la isla perdería cerca de 30% de sus ingresos –aproximadamente $2,5 millones en operadores– si se calentaran los océanos.
Toda una isla
El impacto del cambio climático iría más allá de tiburones y corales. Los arrecifes ofrecen resguardo a la costa y, si dejan de crecer o son afectados o destruidos, podrían hacer más vulnerable algunas zonas de la isla.
De hecho, en su última visita al Parque Nacional, el oceanógrafo Omar Lizano observó señales de erosión en algunas playas, que relaciona con el aumento en el nivel del mar.
“Es un espectáculo que estamos viendo en varios lugares del Pacífico y, al menos en mi última visita de la isla, también se evidenció esa erosión”, se lamentó el científico del Cimar, experto en erosión costera y corrientes marinas.
Lizano también advirtió que los cambios en la temperatura superficial del agua podría traer impactos en las corrientes marinas, que tendrían un efecto mayor sobre las dinámicas del océano.
“Si la temperatura aumenta, los gradientes de temperatura (la diferencia) entre la superficie y el fondo va aumentando. En la medida que se haga más fuerte esa diferencia, menos posibilidad de mezcla hay, lo que significa que el afloramiento será menos intenso y traerá menos productividad a la superficie. Todo eso redunda en la dinámica de las aguas de la isla”, concluyó.
Los efectos negativos no se reducen solamente al ámbito marino: un equipo de investigadores de la Escuela de Ingeniería Forestal del Instituto Tecnológico de Costa Rica, liderados por Luis Guillermo Acosta, analizó los bosques nubosos de la isla.
Acosta, quien visitó la isla, encontró que las especies del bosque nuboso están seriamente amenazadas si hubiera un calentamiento. ¿Por qué? Porque en otra región, las especies podrían “migrar” a sitios más altos, de modo que logren adaptarse al cambio climático, pero esto es imposible en el PNIC.
“La fragilidad de este ecosistema al no tener posibilidad de proyectarse a sitios más altos y el aislamiento propio de la Isla del Coco son razones que justifican las iniciativas de monitoreo y conservación”, apunta el estudio.
Más allá del bosque nuboso, la isla tiene una particularidad que es al mismo tiempo punto débil y fortaleza: por su aislamiento, muchas de las especies son endémicas (es decir, solo existen en la isla).
“Ya que las especies interactúan y tienen interdependencias, cambios en las poblaciones de algunas especies clave pueden desbalancear el ecosistema de la isla, especialmente el terrestre por estar aislado, generando degradación de su biodiversidad”, explica Antonio Clemente, geógrafo de Marviva.
El futuro
El calentamiento del planeta es una cosa cierta, pero está por verse cuánto es finalmente ese aumento. El IPCC ha previsto que si los humanos mantenemos la emisión de gases de efecto invernadero al ritmo actual, la temperatura del planeta podría incrementarse hasta 4 grados Celsius en comparación con niveles de mediados del siglo XIX.
Reunidos en París el pasado diciembre, los 195 países de la Convención Climática de la ONU acordaron reducir el calentamiento “bastante por debajo de los 2 grados” y “apuntado hacia 1,5 grados” en el 2100, límites que la ciencia considera relativamente seguros para la estabilidad del clima.
Para llegar a estas metas, todavía hacen falta cambios en patrones de consumo y de energía. Mientras logramos estas reducciones, cada país debe prepararse lo mejor posible para el cambio climático, reduciendo sus vulnerabilidades y trabajando en hacer ecosistemas más resilientes.
En la isla del Coco el problema que puede complicar los impactos futuros del cambio climático y que puede manejarse desde Costa Rica es algo de todos los días en nuestras aguas: la pesca ilegal, que impacta las poblaciones de tiburones y otros animales marinos y también impide la recuperación de los ecosistemas.
Los mismos investigadores que identificaron la recuperación de los arrecifes coralinos entre 1987 y 2013 explican esta mejoría por dos factores: una menor presencia de erizos marinos, que permitió limitar su impacto en insumos clave para el crecimiento de los corales, y un incremento en la zona marítima del parque, que permitió una protección más efectiva.
Cuando el PNIC fue creado, en 1978, no había protección marítima. Seis años después se incluyeron 5 kilómetros alrededor de la isla como área protegida, luego 15 kilómetros en 1991 y finalmente 22,2 kilómetros en 2001.
“Al no haber otras fuentes de presión sobre estos ambientes, como la sobrepesca o efectos de la población humana costera, las redes tróficas se mantuvieron saludables, lo que a su vez permitió controlar las poblaciones de erizos de mar y que su impacto bioerosivo no fuera mayor”, señala el estudio, liderado por Juan José Alvarado, investigador del Cimar.
Es por esto que los investigadores insisten en que una de las mejores medidas para adaptarse en los ecosistemas como la Isla del Coco es mejorar la protección contra la pesca ilegal: durante el siglo XXI habrá cambios, pero el grueso puede preservarse.
“Hay algunas especies más sensibles que otras y es probable que desaparezcan en este siglo, pero el problema inmediato en todo lado, tierra y mar, es la presión humana”, concluye Jorge Cortés.