En las últimas décadas, más de tres cuartas partes de la Tierra se han vuelto permanentemente más secas. Eso quiere decir que alrededor del 77,6% de la superficie del planeta experimentó condiciones más secas durante las tres décadas previas a 2020, en comparación con el período anterior de 30 años.

Así lo dio a conocer el UNCCD Science-Policy Interface (SPI) –la entidad de Naciones Unidas encargada de evaluar la ciencia de la degradación de la tierra y la sequía- en el informe titulado: The Global Threat of Drying Lands: Regional and global aridity trends and future projections.

Entre 1990 y 2020, las tierras áridas se expandieron en 4,3 millones de kilómetros cuadrados y ahora cubren el 40,6% de todos los continentes (excluida la Antártida). Asimismo, alrededor del 7,6% de las tierras del mundo -una superficie mayor que la de Canadá- atravesaron umbrales de aridez, es decir, pasaron de ser tierras no secas a tierras secas, o pasaron de ser tierras secas menos áridas a más áridas.

“La mayoría de estas zonas han pasado de ser paisajes húmedos a tierras secas, con graves consecuencias para la agricultura, los ecosistemas y sus habitantes. La investigación advierte de que, si el mundo no consigue frenar las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), otro 3% de las zonas húmedas del planeta se convertirán en tierras secas a finales de este siglo”, se alerta en el informe.

Es más, los autores señalan que las emisiones procedentes de la generación de electricidad, el transporte, la industria y los cambios en el uso del suelo causan calentamiento, afectando las precipitaciones, la evaporación y la vida vegetal, lo cual crea condiciones que aumentan la aridez.

“Durante décadas, los científicos del mundo han señalado que nuestras crecientes emisiones de GEI están detrás del calentamiento global. Ahora, por primera vez, un organismo científico de las Naciones Unidas advierte de que la quema de combustibles fósiles también está provocando la desecación permanente de gran parte del planeta, con efectos potencialmente catastróficos sobre el acceso al agua, que podrían acercar aún más a las personas y a la naturaleza a puntos de inflexión desastrosos”, dijo Barron Orr, científico jefe de la Convención de Naciones Unidas sobre la Lucha contra la Desertificación (UNCCD, por sus siglas en inglés).

Orr agregó: “a medida que grandes extensiones de tierra se vuelven más áridas, las consecuencias de la inacción son cada vez más nefastas y la adaptación ya no es opcional, sino imperativa”.

Unas 2.300 millones de personas -más del 25% de la población mundial- viven en estas tierras áridas en expansión. Y a medida que el planeta siga calentándose, las proyecciones sugieren que hasta 5.000 millones de personas podrían vivir en zonas áridas a finales de siglo, enfrentándose a suelos agotados, recursos hídricos menguantes y la disminución o el colapso de ecosistemas.

Contrario a la sequía, que es temporal, la aridez es un estado permanente y la degradación de la tierra relacionada con esta, conocida como desertificación, representa una grave amenaza para el bienestar humano y la estabilidad ecológica.

“A diferencia de las sequías -períodos temporales de escasas precipitaciones-, la aridez representa una transformación permanente e implacable. Las sequías terminan. Sin embargo, cuando el clima de una zona se vuelve más seco, se pierde la capacidad de volver a las condiciones anteriores. Los climas más secos que afectan ahora a vastas tierras de todo el planeta no volverán a ser como antes y este cambio está redefiniendo la vida en la Tierra”, comentó Ibrahim Thiaw, Secretario Ejecutivo de UNCCD.

Y, a medida que la tierra se vuelve inhabitable, las personas que se enfrentan a la escasez de agua y al colapso de la agricultura a menudo no tienen más remedio que abandonar sus hogares, lo que provoca problemas sociales y políticos en todo el mundo.

La migración forzada es una de las consecuencias más visibles de la aridez”, indican los autores. “Millones de personas ya se han desplazado, una tendencia que se intensificará en las próximas décadas”, agregan.

Nueva normalidad

Las sequías, por su parte, están convirtiéndose en la “nueva normalidad” para millones de personas. Han aumentado un 29% desde el año 2000 debido al cambio climático y a la gestión insostenible de la tierra y los recursos hídricos. Los períodos secos más largos e intensos contribuyen al agotamiento de los suelos fértiles, los cuales poco a poco se vuelven áridos.

“Las sequías son uno de los peligros más costosos y mortales del mundo y van camino de afectar a 3 de cada 4 personas en 2050. Sin embargo, muchos países y sectores siguen sin prepararse para ellas con las políticas, inversiones e incentivos adecuados”, señalaron los autores del Atlas Mundial de las Sequías.

Este año, que se proyecta como el más cálido registrado a la fecha, ha estado marcado por sequías en América, África y Europa.

“Las sequías son menos visibles y atraen menos atención que eventos repentinos como inundaciones y terremotos, pero no deben subestimarse”, advirtieron los investigadores.

No sólo afectan la disponibilidad de agua para consumo y amenaza la seguridad alimentaria, también impacta la producción de energía (provocando un aumento de los precios o cortes de electricidad), el comercio global y el transporte marítimo, tal como sucedió este año en el Canal de Panamá.

“Los riesgos de la sequía están interconectados y pueden desencadenar efectos en cascada, alimentando desigualdades y conflictos, y amenazando la salud pública”, señalaron los autores.

De hecho, el Atlas subraya la necesidad de que los países cuenten con planes contra la sequía y una mayor cooperación internacional “para mantener a flote las comunidades, las economías y los ecosistemas ante fenómenos cada vez más intensos”. 

Mirar al agro y la deforestación

Ambos informes fueron publicados en el marco de la decimosexta conferencia de las partes de la UNCCD (COP16) que tiene lugar en la ciudad de Riad, Arabia Saudita. En esta, representantes de 196 países y la Unión Europea están poniéndose de acuerdo en cómo abordar esta problemática.

De hecho, en 2022, los países se comprometieron a restaurar 1.500 millones de hectáreas de tierras degradadas antes de que finalice esta década. Precisamente, el reto de esta COP16 yace en idear acciones que permitan alcanzar ese objetivo y desarrollar una estrategia proactiva ante las sequías, explicó Thiaw a AFP.

En este sentido, Thiaw hizo un llamado a “adoptar un enfoque global que tenga en cuenta los estrechos vínculos entre la desertificación, la pérdida de diversidad biológica y el cambio climático”.

Teniendo en cuenta esta tripleta, la agricultura insostenible y la deforestación aparecen como impulsores de las tres crisis. La agricultura, por ejemplo, está relacionada con el 23% de las emisiones de GEI, el 80% de la deforestación y el 70% de la utilización del agua dulce.

“La expansión de las tierras agrícolas puede tal vez nutrir más gente a corto plazo, pero puede acelerar la degradación de los territorios, la pérdida de biodiversidad y, por lo tanto, la seguridad alimentaria a largo plazo”, señalan los autores de un tercer informe dado a conocer en el marco de la COP16.

De hecho, el informe alerta sobre cómo la degradación del suelo mina la capacidad del planeta para sustentar a la humanidad. “Las tierras son la base de la estabilidad del planeta. Regulan el clima, preservan la biodiversidad, mantienen los sistemas de agua dulce y proporcionan recursos vitales como alimentos, agua y materias primas”, explican los autores. 

Actualmente, la superficie afectada por la degradación de tierras aumenta en un millón de kilómetros cuadrados cada año, con consecuencias más sentidas en países en desarrollo. “Los efectos de la degradación de tierras afectan de forma desproporcionada a los países tropicales y de renta baja, tanto porque tienen menos capacidad de recuperación como porque los efectos se concentran en las regiones tropicales y áridas”, destacaron los autores.

“Nos encontramos ante un precipicio y debemos decidir si damos un paso atrás y adoptamos medidas transformadoras, o continuamos en una senda de cambio medioambiental irreversible”, dijo Johan Rockstrom del Instituto Potsdam.

El impacto devastador de la aridez

Los efectos de la creciente aridez son múltiples y en cascada, afectan a casi todos los aspectos de la vida y la sociedad. De hecho, una quinta parte de la superficie terrestre podría sufrir transformaciones bruscas de los ecosistemas debido al aumento de la aridez a finales de siglo, lo que provocaría cambios drásticos (como que los bosques se conviertan en praderas) y provocaría la extinción de muchas plantas, animales y otros seres vivos del planeta.

  • La aridez se considera el principal factor de degradación de los sistemas agrícolas, ya que afecta al 40% de las tierras cultivables del planeta.
  • El aumento de la aridez es responsable del descenso del 12% del Producto Interior Bruto (PIB) registrado en los países africanos entre 1990 y 2015.
  • Se prevé que más de dos tercios de las tierras del planeta (excluidas Groenlandia y la Antártida) almacenarán menos agua a finales de siglo si las emisiones de gases de efecto invernadero siguen aumentando, aunque sea ligeramente.
  • La aridez se considera una de las cinco causas más importantes de degradación de la tierra (junto con la erosión, la salinización, la pérdida de carbono orgánico y la degradación de la vegetación).
  • Se prevé que el aumento de la aridez contribuya a que los incendios forestales sean mayores y más intensos en un futuro alterado por el clima, entre otras cosas por su impacto en la muerte de los árboles de los bosques semiáridos y la consiguiente mayor disponibilidad de biomasa seca para quemar.
  • Los efectos de la creciente aridez sobre la pobreza, la escasez de agua, la degradación del suelo y la insuficiente producción de alimentos se han relacionado con el aumento de las tasas de enfermedad y muerte en todo el mundo, especialmente entre niños y mujeres.
  • El aumento de la aridez y la sequía desempeña un papel clave en el incremento de las migraciones humanas en todo el mundo, especialmente en las zonas hiperáridas y áridas del sur de Europa, Oriente Medio, Norte de África y el sur de Asia.

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