Por Pablo Brizuela Calvo
Sobre el cambio climático se ha generado un gran marketing de todo tipo. Uno de sus aspectos es la carbono neutralidad (CN) en Costa Rica.
La prestación de servicios ambientales, por la que se paga $64 anual por hectárea de bosque que captura CO2, presenta la doble moral de “ensucio aquí arriba y pago para que limpien allá abajo”.
En publicidad aparece una nueva botella plástica de refresco “más ecológica” pues se retuerce y se compacta para no contaminar; sin embargo, sigue siendo de plástico y una bebida llena de azúcar y aditivos.
Las certificaciones ambientales de precios prohibitivos son dadas por certificadoras con un gran negocio, como las transnacionales farmacéuticas o las industrias de químicos para uso agrícola; si se quiere demostrar que se trabaja en pro de la sostenibilidad, la pregunta sería ¿Quién certifica a quién?
Hay una oleada de productos “verdes” (limpiadores domésticos, comida, cosméticos y agroinsumos) que llevan la palabra “orgánico”; esto implica que con ellos se ayuda al ambiente. Sin embargo, debe tenerse cuidado; lograr la CN requiere un verdadero cambio de paradigma donde, definitivamente, las modificaciones en los hábitos de consumo sean consistentes con el ambiente. Las industrias deben perseguir la CN, como su aporte; algunas pocas ya lo han logrado, en el país. Sin embargo, son los hábitos de los ciudadanos los que necesitan un cambio; hay que dejar la visión de desarrollo antropocéntrica que ha llevado a sobreexplotar los recursos del planeta.
Es sorprendente que, en un país que proclama la CN, ni siquiera se practique el manejo de desechos sólidos, no se detenga la contaminación de ríos ni la tala indiscriminada. Así, la imagen que vende Costa Rica de ser un “país verde” cae por sí sola; aunque se tengan áreas de conservación, el estilo de vida costarricense que emula al norteamericano en hábitos de consumo energético y como depredador de recursos naturales no es sostenible.
Es sorprendente que, en un país que proclama la CN, ni siquiera se practique el manejo de desechos sólidos, no se detenga la contaminación de ríos ni la tala indiscriminada.
Debe trabajarse más en ejes como manejo adecuado de desechos sólidos, agricultura verde, ahorro energético, adaptación y mitigación del cambio climático, busca de un medio de transporte masivo y limpio, como un metro, no dependiente de combustibles fósiles; también, no generar energía eléctrica con hidrocarburos, rescatar las cuencas de la GAM y reducir significativamente el uso de fertilizantes químicos y pesticidas en la agricultura.
No rociar herbicidas, como glifosato, en los bordes de calles y lotes y recoger hojas secas y zacate cortado en parques públicos son prácticas simples que marcarían una pauta de aprovechamiento. En general, los restos vegetales se empacan como basura; así se genera una gran pérdida de los nutrientes del suelo y de biota (componente microbiológico). Esta biomasa, recurso no renovable, termina en el botadero, cuando podría ser un abono importante.
Las fincas dedicadas a la agricultura orgánica pagan miles de dólares por evitar emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), cuidar del suelo y de las aguas, y producir comida más saludable.
Hay varios ejes de la CN: el social, el ambiental y la salud. Comer menos carne ayuda a mitigar el cambio climático pues la ganadería genera GEI, desde los pastizales hasta la digestión de las vacas.
Aunque Costa Rica no tenga globalmente gran impacto en el aporte macro de emisiones de GEI, en comparación con los países industrializados (EE.UU., China, UE, Rusia, India, Japón, Alemania, Canadá y Reino Unido), contemplar las prácticas descritas lo volvería un ejemplo por seguir. Ser carbono neutral no se logra con una reconversión aislada o por tractos; debe ser integral, pues atañe a todos, sobre todo si se contemplan las proyecciones del cambio climático para Latinoamérica, zona muy afectada.
En Costa Rica, la preocupación no debe circunscribirse a alcanzar la meta fijada; tiene que ser un “proyecto país”, en pro de las futuras generaciones.