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[et_pb_column type="4_4"][et_pb_text admin_label="Text"]“Hay estimaciones de que alrededor del año 2100 este será solo un pequeño glaciar al pie de esta montaña”, dice Markus Leuenberger, científico de la Universidad de Berna.

Desde una plataforma de observación alpino en el centro de Europa, Leuenberger está apuntado a una enorme masa blanca que se escurre entre montañas negras, como un río de hielo. Es el glaciar Aletsch, el más grande de los Alpes, con 23 kilómetros de longitud y más de 120 kilómetros cuadrados, localizado en el suroeste de Suiza. Desde la estación de investigación Jungfraujoch, el pronóstico del científico parece imposible.

Sin embargo, es cierto. Como la mayoría de los glaciares en el mundo, el de Aletsch está en retroceso. El hielo fluye lentamente desde las alturas hasta algún punto montaña abajo, muchos kilómetros más allá, pero esa larga cola blanca se achica, o retrocede, cada año.

Bertrand Calpini, científico del instituto meteorológico suizo, MeteoSwiss, explica el funcionamiento de la estación de Jungfraujoch. Crédito: Diego Arguedas Ortiz.

“En los últimos 150 años ha perdido más de 3.000 metros de largo y cerca de 250 metros de profundidad”, explica Leuenberger, físico, climatólogo y director de la fundación que administra esta estación de investigación.

Los científicos como él saben desde hace décadas por qué los glaciares “retroceden”. Cuando los seres humanos quemamos gasolina para mover el carro, gas para cocinar o carbón para producir electricidad, liberamos gases que calientan la atmósfera.

Conforme los Alpes y otras cadenas montañosas del mundo aumentan su temperatura, el hielo en sus cimas tienen problemas. Los glaciares necesitan condiciones establemente frías y son tremendamente sensibles a cambios en temperatura.

Desde Jungfraujoch, todo ese proceso queda al descubierto, porque la estación sirve como un centro de monitoreo para llevarle el pulso al cambio climático. Desde aquí puede estudiarse el repliegue del glaciar, la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera y los cambios en la temperatura.

En esencia, este centro de investigación sirve como una micro cápsula de evidencia. “Es complicado entender a quienes niegan la ciencia climática, porque estas son de las mejores observaciones”, dice Bertrand Calpini, científico del instituto meteorológico suizo, MeteoSwiss.

Un cerro de datos

Jungfraujoch se asienta entre dos de los principales picos de los Alpes suizos, Jungfrau y Mönch, en un punto inaccesible hasta que un magnate ferroviario decidió construir una vía de tren hasta allí.

El magante Adolf Guyer-Zeller diseñó la ruta, que incluía un trayecto de 7,5 kilómetros a través de la montaña y que finalmente abrió en 1912. La estación de tren montaña arriba es la más alta del continente europeo y el punto más elevado desde donde puede enviarse una tarjeta postal.

Esta historia está íntimamente ligada con la investigación científica. Cuando el parlamento suizo le otorgó la concesión a Guyer-Zeller, puso una cláusula: los ingresos del tren deberían financiar las operaciones de una estación científica en Jungfraujoch.

En el trayecto hacia la estación, uno de los académicos de la Academia Suiza de Ciencias se sentó con un grupo de periodistas latinos “Aquí en Suiza cuando hablamos de cambio climático, la gente piensa en glaciares porque es lo más visible. ¿De qué hablan en sus países?”, nos preguntó. Hablamos de agricultura, de arrecifes coralinos y de inundaciones.

La consulta la hacía a inicios de julio, cuando los impactos del cambio climático se hacían cada vez más visibles: Europa tenía una de sus peores olas de calor en años, el Ártico tenía temperaturas récord y en India varias ciudades tenían problemas para conseguir agua.

En Jungfraujoch están los registros que explican el trasfondo de estos problemas.

Todo comienza con las emisiones de gases de efecto invernadero, entre ellos el dióxido de carbono, que resulta de la quema de combustibles fósiles y la deforestación. Luego de ser liberados, estos gases permanecen en la atmósfera por un período de un par de siglos.

“Parte del dióxido de carbono es absorbido por los océanos, que lo transforma en otras sustancias y también la vida en la tierra, incluyendo los árboles, los absorben”, explica el físico Leuenberger.

El resto permanece en la atmósfera como pequeñas partículas que se pueden medir día a día. La primera vez que estos gases se midieron fue en 1958 en Mauna Loa Hawaii, cuando estadounidenses registraron 313 partes por millón (ppm) de dióxido de carbono en la atmósfera.

Para llegar a la estación de Jungfraujoch hay que tomar un tren por la montaña. A mitad de camino hay una estación de observación. Crédito: Diego Arguedas Ortiz.

Cuando subimos a la azotea de Jungfraujoch, en su punto más alto a 3,540 metros sobre el nivel del mar, los científicos suizos nos mostraron los instrumentos que miden estos gases.

Los registros de estas partículas empezaron aquí en el año 2000, y para ese entonces ya estaban por 375 ppm de este gas. A inicios del 2019, el registro superó la barrera de los 415 partes por millón, explicó el físico.

“¿Y sus registros coinciden con los de Mauna Loa?”, preguntó uno de los periodistas.

Leuenberger explicó que sus registros coinciden con los datos recuperados en Hawaii y en otros centros de investigación, todos en zonas remotas como esta que reducían la contaminación de área urbanas. Estamos cargando la atmósfera de gases contaminantes.

Para poder entender esas concentraciones, también los glaciares cerca de la estación son útiles. Ahí está “congelada” la atmósfera de hace miles de años y los registros se pueden extraer con instrumentos científicos para contar cuántos gases había en la atmósfera.

De un registro similar, pero de hielo muy antiguo recuperado de Antártida, arroja dos conclusiones. Primero que nunca, en los últimos 800.000 años los niveles han estado sobre los 300 partes por millón. Segundo, que nunca en esa cantidad de años ha aumentado tan rápido la cantidad de dióxido de carbono en la atmósfera.

Temperatura y hielo

Esa concentración de gases de efecto invernadero calienta el planeta y aumenta las temperaturas a nivel global. La temperatura promedio de toda la Tierra aumentó cerca de 1C entre finales de 1800 y la época actual, pero en los Alpes el aumento es más pronunciado.

Los primeros registros sistemáticos en Jungfraujoch empezaron en 1933 y desde entonces la temperatura aumentó en promedio 1.8C, dice Calpini, quien es el director de Mediciones y Data en MeteoSwiss.

“El primer mensaje es que vemos un incremento de la temperatura muy notorio desde 1933”, explica el científico.

La estación científica está ubicada entre dos montañas de más de 4.000 metros. Crédito: Frédéric Schütz.

Esto también cambia el nivel “normal” en los días fríos y en los días calientes. Cada vez hay más días calientes en lo que el termómetro nunca baja de los 0ºC, un tipo de jornada que los científicos llaman “días de deshielo”.

“En 1960 teníamos un promedio de 15 días al año en que esta estación estaba por encima de los 0ºC. Ahora, se han duplicado. Si uno se fija en el año 2018, tuvimos casi 34 días por encima de ese umbral”, dice Calpini.

Por otro lado, cada vez hay menos días realmente fríos, o “días de congelamiento” como los llaman en Jungfraujoch. Estas son jornadas tan frías que el termómetro jamás pasa el umbral de los 0ºC.

“En los años 1960, había más de 280 días en que la temperatura máxima no superó los 0ºC, pero el año pasado tuvimos solo 209”, explica.

Esta combinación de mayor calor en los días fríos y menos frío en los días más cálidos tiene a la zona desestabilizada.

Esto crea problemas para el glaciar, al que vemos desde las ventanas del centro de investigación. El glaciar Aletsch ha perdido tanto hielo que en 2012 el derretimiento reveló los cadáveres de tres escaladores que habían desaparecido hace 90 años en una expedición fallida.

Nota del editor: El viaje a Suiza y a este centro de investigación fue financiado por la organización de la Conferencia Mundial de Periodismo de Ciencia 2019, de cuyo Comité de Programa formó parte el redactor. La organización no solicitó ni presionó para publicar contenido y no tuvo injerencia editorial en este trabajo.[/et_pb_text][/et_pb_column]
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