En Perú hay miles de personas sin electricidad y el 11% de la población recurre a la biomasa como fuente de energía. Las mujeres estarían entre los grupos más afectados por esto. Las encargadas de recolectar la leña son ellas, y se ven expuestas a diversos obstáculos y peligros que van desde la falta de acceso a la educación e internet, hasta daños a su integridad. Como bien lo refleja la pobreza energética, no puede haber desarrollo sostenible si no hay igualdad de género. 

Leandro Amaya

En Perú, más de 700.000 viviendas no están conectadas al Sistema Eléctrico Interconectado Nacional. En Piura, la región donde empieza este reportaje, hay aproximadamente 21.000 viviendas rurales en esta situación —de acuerdo a datos del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), el 5% de viviendas no disponen de alumbrado eléctrico por red pública—, un claro ejemplo es Los Rufinos, el pueblito de arena y sol que contiene dos de las historias que aquí se narran. Allí jamás ha llegado la energía eléctrica. Este centro poblado es parte de Tambogrande, uno de los distritos más pobres de la región. Nos encontramos claramente ante un problema de precariedad energética, pero… ¿puede ser también un problema de género? 

Es necesario recordar lo que menciona la CEPAL sobre la relación entre género y energía: “Los estereotipos y los roles socialmente asignados a hombres y a mujeres están directamente vinculados con el acceso y uso que cada uno de los géneros le dan a la energía. Para el sector energético se identifican dos dimensiones: necesidades básicas, por una parte, y participación económica, por otra”.

La primera dimensión, que está ligada a la pobreza energética, tiene como actor principal a las mujeres. De acuerdo al informe de CEPAL, se les ha encomendado a ellas “la tarea de gestionar la energía (por ejemplo, recolectar leña) que además de ocupar gran parte de su tiempo, la pone en un riesgo físico y de la salud”.

Esto cobra importancia porque, en Perú, el 30% de pobladores rurales usa leña para cocinar sus alimentos, mientras que en Piura el 5.2% de su población aún utiliza leña o carbón para realizar esta actividad. En todo el país se registra que un 11% de la población sigue usando la biomasa como energía. La ardua tarea de recolectar leña ha estado consumiendo a las mujeres más pobres de Perú. Sin acceso a gas en sus domicilios, energía eléctrica u otras energías alternativas han debido soportar este escenario apremiante desde años incontables. 

Las condiciones climáticas no son siempre las adecuadas para cumplir esta labor, a lo que se suman una serie de peligros cuando recorren grandes distancias, ya sea en grupos o solas, para conseguir agua o leña. Para la licenciada Cecilia Chong, secretaria departamental de Piura del Centro de Liderazgo para Mujeres de las Américas, ellas se enfrentan a “riesgos de agresión sexual, daño a su integridad física al recolectar y posteriormente cocinar con leña”. 

La recolección de leña está a cargo de las niñas, las mujeres adolescentes y adultas.(Créditos: Leandro Amaya)

Chong añade que “se le condena a una rutina extenuante que merma y golpea su autoestima”. Respecto a esta última afirmación, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) señala que “el acceso a iluminación, cocción y refrigeración de alimentos y lavado de ropa disminuye la pobreza de tiempo de las mujeres como consecuencia de una mayor eficiencia para realizar las tareas del hogar. Esto les permite a las mujeres dedicar parte de su día a otras actividades como estudiar, recrearse o realizar actividades que les permitan generar un ingreso, ya sea un emprendimiento o participar en el mercado laboral.”

En efecto, las mujeres dedicadas al trabajo doméstico no remunerado que sufren precariedad energética suelen estar más expuestas a diversas problemáticas sociales y económicas. Sus derechos se ven limitados y no tienen tiempo para la recreación o el acceso al capital cultural (sin ello no hay empoderamiento ni transformación educativa) y tecnológico. 

Por ejemplo, en el 2021 se registró a nivel rural que el 8.1% de mujeres adolescentes no asistían al colegio. Asimismo, en la ruralidad la brecha digital nacional entre hombres y mujeres es de 7%, y solo el 19% de mujeres indígenas accede al internet. En Piura solo el 70% de mujeres accede a internet de acuerdo a los datos del INEI. 

Las desigualdades que enfrenta la mujer peruana, en especial la rural, son abismales.  

De acuerdo al informe El impacto económico del trabajo no remunerado y de cuidados en el desarrollo de las mujeres, basándose en la medición del Foro Económico Mundial (WEF) al 2018: “El Perú ocupaba el puesto 52 de 149 países, siendo las áreas deficitarias las de igualdad y oportunidades económicas (puesto 94); salud (puesto 65) y oportunidades educativas para las mujeres (puesto 89). La ubicación rezagada del Perú en términos de igualdad de género a nivel mundial corre en paralelo con el bajo nivel del gasto en servicios públicos básicos para el bienestar y el desarrollo de las mujeres y niñas”. 

Esto demuestra la relación entre negación de servicios y las pocas posibilidades de las mujeres peruanas para desarrollarse dentro de su sociedad. 

Las mujeres se adaptan y resisten con resiliencia. Aun así, no podemos hablar de agentes de cambio si no se les dan las herramientas necesarias para lograr mejorías. Tratar el tema sin pensar en las aristas que desprende sería romantizar y evitar una visión sistémica y real de las problemáticas. 

Es importante citar un informe sobre energía, género y cambio climático de la Red de Pobreza Energética (RedPe), que señala que los problemas relacionados con la pobreza energética se asocian a enfermedades respiratorias y cardiovasculares, estrés, depresión y bajo rendimiento escolar. Asimismo, el reporte alude al efecto positivo del acceso a electricidad y a un ambiente libre de contaminantes atmosféricos en las oportunidades educacionales y laborales de las personas, pues fomenta el desarrollo social y económico de las sociedades. Por tanto, la brecha energética debe cerrarse tomando en cuenta la inclusión de las mujeres. 

Para el funcionamiento de su linterna Hilda compra una caja de diez pilas que deben durarle 15 días, racionando al extremo su uso.(Créditos: Malú Ramahí)

Hilda: pies descalzos en arena caliente

“Ahorita, en este solazo, qué lindo sería tomarse un vaso de agua helada”, dice Hilda mientras se asoma tras la empalizada que protege su pequeña casa de madera. Levantada en una gran loma de arena, entre los algarrobos, el viento, la duna, y el fuego invisible del calor. Este pueblo se llama Los Rufinos, queda en Tambogrande. 

Es mediodía y la luz solar es furiosa, quemando por todos lados. Aun así, Hilda camina sin zapatos en la tierra ardiente. “El sol ha achicharrado mis baquetitas”. Hilda habla en diminutivos o alarga las palabras como todas las mujeres y hombres del Medio Piura. Permanece largo tiempo de pie, sin el amparo de la sombra, mientras narra su historia. Es fuerte, hay mucha resolución en ella, va de un lado a otro juntando leña, por momentos interrumpe su marcha para remover un montículo donde arde pausadamente el tronco ennegrecido de un algarrobo. Un par de burros, que le ayudan a llevar el agua que recolecta para tres días, dormitan envueltos en el espeso humo que despiden los restos del árbol. Sin duda qué no daríamos ahora por un vaso de agua helada, una gaseosa o simplemente abrir el caño y lavarnos la cara. Todo eso es imposible aquí.  Hilda lo sabe, por ello tal vez la urgencia de contar todo de golpe. 

“Toda la vida he vivido aquí. Mi casa antes era chiquita. No hemos tenido jamás luz, con la linternita en la cabeza nomás andamos y cuando se van acabando las pilas, apenas arde el foquito, luego ya usamos velitas”. Las paredes de la casa de Hilda tienen sacos donde se han hecho agujeros para que entre la luz del sol y se iluminen las estancias. 

A ella su padre nunca la envío al colegio, no era la costumbre que las mujeres vayan a las aulas, tampoco ha recibido sueldo alguno en su vida (en Perú el 40.9% de mujeres que solo terminaron la primaria no tienen ingresos propios de acuerdo a los informes del INEI), y sufre del colesterol. “Para llegar al centro de salud de Santa Ana debo caminar 1 hora”. Hilda sin duda es fuerte, y la vida injusta. 

Ahora, en casa, la acompaña su nieta de seis años. Ella asiste a la escuelita inicial que hay en Santa Ana (el centro poblado al que pertenecen). En tiempo de clases, cuando cae la noche, debe estudiar con velas o simplemente no hacerlo. Se ha acostumbrado a la oscuridad del valle en las noches cerradas. Eso la coloca en un nivel de vulneración terrible. En la costa peruana el 24.2% de las niñas de entre tres y cinco años no están matriculadas en ninguna escuela del nivel inicial. Hilda quiere que sus nietas vayan al colegio, desea torcer al —a veces inexpugnable —destino.

La casa de Hilda es sumamente caliente en verano y muy fría en invierno. La calefacción es un concepto lejano para ella.(Créditos: Malú Ramahí)

Como es de mañana no se ve a ningún hombre en el pueblo, todos están trabajando en las agroexportadoras. Los roles de género son marcados: ellas deben recolectar el agua, la leña, tener las linternas listas, preparar los alimentos y cuidar a los hijos mientras los varones se ausentan. Ellos son quienes parten a la jornada del trabajo remunerado (reciben 8 dólares por día). Aunque ahora, por la crisis económica, algunas han empezado a romper esta costumbre y marchan también hacia las fábricas. De esta manera, ambos se enfrentan al modelo laboral de las agroexportadoras.

Se marchan a las cuatro de la mañana y vuelven cuando el crepúsculo se extiende sobre el bosque seco. Hilda debe estar despierta desde las 3:30 de la mañana para prepararles el desayuno y el almuerzo. Como no hay energía eléctrica, debe tantear en la oscuridad hasta que encuentra su pequeña linterna de vincha, la enciende e ilumina tenuemente la casa. Cocina en silencio, encerrada en sus pensamientos, con los ojos acostumbrados a tanta penumbra. “Como se cocina con leña eso hace daño a los pulmones, pero qué le voy a hacer, tengo que cocinar para comer”. 

Si aquella noche hay luna ella podrá ver partir a su esposo e hijos por el valle seco, observar cómo avanzan hasta volverse pequeñitos. Y si no, solo verá oscuridad. Si tiene suerte volverá a dormir una hora, sino su día habrá empezado. “Todo es bien noche cuando no hay luna, bien noche es la noche. Oscuro, nada se ve, oscurísimo.  No es como allá que es pura luz [la ciudad]”.

Mucho antes de que el cielo empiece a tomar color y el bosque seco aparezca ante sus ojos, Hilda ya está de pie. El alba le encuentra realizando sus actividades diarias. A veces ella desea escuchar música en la radio o ver alguna película, o como no deja de repetir… “tomar agua helada”, tan solo un vaso. 

Pero, como dice el mencionado informe sobre energía, género y cambio climático, la discusión sobre energía se ha centrado fuertemente en el acceso a la electricidad de los hogares, dejando de lado otras necesidades energéticas relevantes como la calefacción, el agua caliente sanitaria, la calidad del suministro energético, la equidad en el gasto energético, entre otros. Se podría añadir que el acceso a actividades lúdicas o relajantes podría mejorar no solo el ánimo sino también la autoestima de las mujeres. Es importante saber que, en el 2020, el 59.9% de la población piurana vivía en viviendas inadecuadas y solo el 61.8% cuenta con los tres servicios básicos: agua, saneamiento y electricidad.

Hilda solo sueña con algo: que haya luz. “Toda una vida a oscuras cansa”, afirma. Está segura de que cuando la obtengan habrá esperanza. 

Los proyectos de electrificación y de suministro de agua por red pública en Los Rufinos aún están lejanos. Lo más probable es que se opte por un proyecto de energía renovable, declaró Jhon Pacherre, alcalde delegado de Santa Ana.

El panel solar fue prestado por el colegio, a fin de año deberá devolverse.(Créditos: Malú Ramahí)

Un panel solar para estudiar

“Acá, como todos, nos alumbramos con linterna nomás. Aquí la radio que está sonando es a pilas también. Ese panelito que ves ahí sirve para cargar un celular. A mi hija le dieron en el colegio para que estudie virtual porque han tumbado el colegio. Para que estudie pues…”, cuenta Rosita mientras abraza a su hija.

Ambas viven en Los Rufinos, a cinco minutos de Hilda, y tienen un panel solar que les ha dado el gobierno porque su colegio en Santa Ana está en reconstrucción. La capacidad del aparato es mínima, pero alcanza para cargar un celular. Allí su hija escuchará las clases. Es como una pequeña rendija de luz, una resistencia, porque en Piura el 8% de mujeres adolescentes no asiste al colegio. Tan solo el 52.7% de la población femenina ha terminado la secundaria.

Entonces esperar, en medio del desierto y con los ánimos golpeados en un país sumamente desigual, que el panel solar cargue por muchas horas un celular para luego escuchar clases es, sin duda, un acto de rebeldía. Además, es un reflejo de las oportunidades que pueden ofrecer las energías renovables para superar la pobreza energética.

“A las cuatro debemos estar haciendo la cena, porque ya cuando cae la noche no se ve nada. A dormir porque si… ya no hay nada que ver”. 

Rosita y la mayoría de las mujeres de aquel pueblo no han visto las películas que tanto desearían ver, ni han llegado a ellas los libros que los estudiosos escriben sobre las desigualdades en Perú. Tampoco saben de las telenovelas turcas que transmiten los canales peruanos, y tal vez nunca lean este reportaje. Pero tal vez su hija sí lo haga, si eso se logra, habremos recortado un poco la brecha energética. 

Este texto fue producido con el apoyo de Climate Tracker América Latina

Recientes

Busqueda

Seleccione un autor
Suscríbase a nuestro boletín!
Únase a nuestro boletín informativo para obtener las noticias y actualizaciones más recientes de Ojo al Clima.