El pasado 6 de marzo, Costa Rica reportó su primer caso positivo por COVID-19. Dos días más tarde, se declaró la alerta amarilla y se tomaron una serie de medidas sanitarias como el teletrabajo obligatorio en el sector público, la suspensión de actividades masivas, la reducción del aforo en establecimientos comerciales, la virtualización del curso lectivo en escuelas, colegios y universidades así como una ampliación de la restricción vehicular.
Las calles, en consecuencia, se despoblaron y los vehículos que las transitaban fueron cada vez menos. Esto derivó en una mejora –en el corto plazo– de la calidad del aire en la Gran Área Metropolitana (GAM), según lo constató el Laboratorio de Análisis Ambiental de la Escuela de Ciencias Ambientales de la Universidad Nacional (UNA).
Los datos tomados por los investigadores de la UNA evidenciaron una disminución en los niveles de dióxido de nitrógeno (NO2) para los meses de marzo y abril del 2020 con respecto al mismo periodo en el 2019. Los porcentajes de reducción entre los 10 sitios muestreados variaron entre 28% y 52%. Vale aclarar que en algunos lugares no se dio una reducción significativa porque –ya de por sí– en la zona no suele haber mucho tránsito vehicular.
“Las primeras directrices ocasionaron una disminución en las concentraciones de este contaminante, las cuales bajaron aún más cuando se empezó a ampliar la restricción vehicular. Sin embargo, cuando se anunció el endurecimiento de las restricciones para Semana Santa, se dio un rápido aumento en la concentración de este gas. Este fenómeno se atribuyó a la reacción que tuvo la población de salir y abastecerse de suministros en comercios y supermercados, lo que generó un aumento en el flujo vehicular”, explicaron los investigadores en un comunicado de prensa.
“Durante Semana Santa se dio una disminución sostenida, alcanzando los niveles más bajos en el periodo analizado. Posteriormente, las concentraciones volvieron a aumentar, lo cual coincidió con el relajamiento en las medidas de restricción vehicular, sumado también a la necesidad de la población de reabastecerse, realizar trámites o simplemente salir de sus hogares”, continuaron.
También se midió la concentración de partículas del tipo PM10. durante ese lapso. Para ello, se hizo una comparación de los niveles de concentración promedio diarios entre los meses de febrero, marzo y abril del 2019, en contraste con los mismos meses pero del 2020.
La contaminación del aire tiene un efecto acumulativo en el tiempo y perjudica el corazón, los pulmones y otros órganos vitales.
En uno de los sitios muestreados, ubicado en el edificio de la Rectoría de la UNA frente a una calle altamente transitada de Heredia, los niveles de partículas pasaron de 18,7 microgramos por metro cúbico (µg/m3) entre el 11 y el 26 de marzo del 2019 a 10,4 µg/m3 en las mismas fechas del 2020, es decir, se presentó una reducción de 44,2%.
Un segundo sitio evaluado fue la Catedral Metropolitana de San José, en el corazón de la capital. Allí se pasó de 17,5 µg/m3 en 2019 a 13,9 µg/m3 en 2020, una reducción promedio de 20,2%.
El mismo comportamiento que se observó con el NO2, también se vio con las partículas más finas (PM2.5). “Posterior al anuncio de la presencia del COVID-19 y las primeras medidas de contención, se empezó a observar un descenso en las concentraciones de partículas finas. Sin embargo, al igual que en el caso de NO2, se dio un súbito aumento previo a la Semana Santa. Posteriormente, no se observó una disminución significativa durante Semana Santa, lo que indica que otro tipo de actividades generadoras de partículas pudieron aumentar en ese tiempo. Sí es evidente que también se observó otro súbito aumento al regreso de Semana Santa, relacionado con el relajamiento de las medidas de restricción”, señalaron los investigadores.
Los resultados compartidos por la UNA llaman la atención sobre la importancia de la calidad del aire para la salud humana y, particularmente, a la hora de atender una pandemia como COVID-19.
Cuando una persona está expuesta a aire contaminado, el riesgo de contraer neumonía se incrementa así como otras afecciones respiratorias como SARS. Un estudio, publicado en Environmental Health en 2003, observó que pacientes procedentes de regiones con un alto índice de contaminación atmosférica tenían el doble de probabilidades de morir por SARS que los procedentes de regiones con una mejor calidad del aire.
“Teniendo en cuenta lo que sabemos ahora, es probable que las personas que están expuestas a una mayor contaminación del aire se encuentren en peores condiciones si se infectan con COVID-19 que las que respiran un aire más limpio”, destacó Aaron Bernstein, director del Centro para la Salud Climática y el Medio Ambiente Mundial (C-CHANGE) de la Universidad de Harvard.
“En los lugares donde la contaminación del aire es un problema rutinario, tenemos que prestar especial atención a los individuos que pueden estar más expuestos o vulnerables al aire contaminado, como las personas sin hogar, los que no tienen filtración de aire en sus casas o aquellos cuya salud ya está comprometida. Estos individuos pueden necesitar más atención y apoyo frente al coronavirus”, agregó Bernstein.
Impacto en la salud
El NO2 es un gas que se deriva de la quema de combustibles fósiles como gasolina o diésel, por eso está relacionado –en el caso de Costa Rica– con vehículos de combustión interna, es decir, al transporte. Es un contaminante de corta duración y, una vez emitido, permanece cerca del lugar de emisión. Al inhalarlo provoca irritación en las vías respiratorias; asimismo, agrava condiciones existentes como el asma y la tos.
En cuanto a las partículas, estas son una mezcla de sólidos y líquidos en suspensión. Su origen es tanto natural (erupciones volcánicas, por ejemplo) como antropogénico (quemas de basura o combustión incompleta dentro de vehículos).
Las PM10 tienen un tamaño que varía entre 2,6 y 10 micrómetros por metro cúbico (un micrómetro es una milésima parte de un milímetro). Cuando la persona respira, ingresan por la nariz y boca, y se alojan en el tórax, esto causa afecciones respiratorias como asma, alergias y bronquitis, entre otras.
Por su parte, las PM2.5 tienen un tamaño menor a los 2,5 micrómetros por metro cúbico y eso las hace más peligrosas, porque son capaces de llegar hasta los alvéolos, las terminales del árbol bronquial donde ocurre el intercambio de oxígeno entre el sistema respiratorio y la sangre.
En 2016, y según el informe The Lancet Countdown of Health and Climate Change, las muertes prematuras atribuibles a las partículas finas (PM2.5) se calcularon en 2,9 millones, mientras que la exposición a estas se incrementó un 11,2 % a nivel global desde 1990.
Alrededor del 71,2%, de las 2.971 ciudades ingresadas en la base de datos de contaminación del aire de la Organización Mundial de la Salud (OMS) exceden los límites recomendados de concentración anual de partículas finas.
“Es preocupante que el empleo mundial en industrias de extracción de combustibles fósiles haya subido un 8% entre 2016 y 2017, y que, por lo tanto, se haya revertido el fuerte descenso visto desde 2011. En un momento en el que los presupuestos de salud nacional y los servicios sanitarios se enfrentan a una epidemia creciente de enfermedades relacionadas con el estilo de vida, continuar retrasando el acceso a los posibles beneficios adicionales para la salud de la mitigación del cambio climático demuestra poca visión de futuro y resulta dañino para la salud humana”, se lee en The Lancet Countdown.
Acción climática
Al compartir un problema común, la toma de acción para mitigar las emisiones de gases efecto invernadero que favorecen el cambio climático también pueden ayudar a mejorar la calidad del aire y, con ello, impactar positivamente la salud humana.
En América Latina, por ejemplo, si tan solo se hicieran mejoras en las redes de autobuses para favorecer un transporte público más eficiente y bajo en emisiones se lograría reducir 110 mega toneladas de carbono equivalente (MtCO2e) en el 2030.
Además, esas mejoras en transporte prevendrían 22.500 muertes anuales a causa de enfermedades dadas por la exposición a aire contaminado y 20.000 muertes anuales debido a accidentes de tránsito, según el informe Climate Opportunity: More Jobs, Better Health, Liveable Cities, elaborado por las organizaciones C40, The Global Covenant of Mayors for Climate & Energy y New Climate Institute.
Por mejoras en el servicio de autobuses, el informe se refiere a un aumento de la cobertura. En el escenario de acción mejorada, estas medidas persiguen incrementar el número de usuarios de autobuses y esto implica duplicar la cobertura de la red y la frecuencia del servicio al 2030.
Según OMS, el 36% de las muertes por cáncer de pulmón, el 35% de la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (COPD), el 34% de los accidentes cerebrovasculares y el 27% de las cardiopatías isquémicas son atribuibles a la contaminación del aire.
También se refieren al uso de carriles exclusivos para buses y autobuses rápidos. En el escenario de acción mejorada, el 22-24% de la red de autobuses tendrá carriles exclusivos para el 2030, en comparación con el 1-4% en el escenario de referencia (año 2015).
Por último, se prevé una mayor cantidad de autobuses bajos en emisiones. En el escenario de acción mejorada, se espera que la totalidad de la flota sea eléctrica en 2030, en comparación con menos del 1% en el 2015.
Una mejora en el transporte público persigue desestimar el uso del vehículo privado y, con ello, desahogar las calles. Según los autores de Climate Opportunity, para América Latina, se calculó una reducción del 35% en el uso de vehículos livianos para el 2030 en comparación con 2015.
En cuanto a los accidentes de tránsito, que constituyen la principal causa de muerte en el mundo para el segmento de personas con edades entre los 15 y 29 años, una mejora en las redes de autobuses podría llevar a una reducción de 130.000 accidentes de tráfico al año en el Sur de Asia, Norteamérica y América Latina.
A nivel global, y según Climate Opportunity, se prevendrían unas 415.000 muertes prematuras por accidentes en carretera para el 2030. En específico, para América Latina, se podrían estar previniendo unas 20.000 muertes prematuras anualmente.
Otras acciones van orientadas a incrementar las movilizaciones no motorizadas, entendidas estas como las realizadas por los peatones, en primer lugar, seguido de los medios activos como patinetas, patines y bicicletas.
De hecho, Costa Rica aspira a incrementar en –al menos– un 10% estas movilizaciones no motorizadas al 2050. En esa dirección apunta la Ley 9660 sobre Movilidad y Seguridad Ciclística, promulgada hace un año, cuyo objetivo es promover y regular el uso de la bicicleta como medio de transporte, trabajo y recreación.
De esta forma, la bicicleta ayudará a promover estilos de vida más saludables, a la vez que su uso permitirá disminuir el empleo de combustibles fósiles en transporte, reduciendo el colapso vial ocasionado por la flota vehicular.
Ciudades como Guadalajara (México) y Medellín (Colombia) siguen una línea similar. Ambas forman parte de la Declaración de calles más verdes y saludables que reúne a 26 urbes alrededor de una visión de descarbonización y bienestar.
“Nos imaginamos un futuro en el que la mayoría de las personas se moverán por nuestras ciudades caminando, en bicicleta y utilizando formas de transporte compartido. Con el aumento de zonas reservadas para peatones y bicicletas, más gente dedicará tiempo a caminar, jugar y disfrutar de los espacios al aire libre. Esto a su vez tendrá como consecuencia que haya menos vehículos en nuestras vías, menos congestión y menos contaminación”, recalcaron los alcaldes firmantes de la declaración.
“La transición hacia una movilidad con cero emisiones tendrá como resultado que las calles estén menos congestionadas y el aire que respiramos sea más limpio”, manifestaron.
Costa Rica no es el único país que disminuyó sus contaminantes aéreos a raíz de las medidas sanitarias tomadas por COVID-19.
En Perú, las ciudades de Lima y Callao evidencian una menor presencia de dióxido de nitrógeno (NO2) y partículas finas (PM2.5). Las restricciones a la movilidad y la disminución de la actividad industrial en Quito y Cuenca, en Ecuador, también redujeron estos contaminantes aéreos.
Los satélites del Servicio de Vigilancia de la Atmósfera de Copérnico (CAMS, por sus siglas en inglés) han evidenciado una mejoría en la calidad del aire tanto en China como en 50 ciudades europeas, entre ellas, Milán en el norte de Italia.
Por su parte, la Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio (más conocida como NASA) reportó una caída del 30% en la contaminación del aire en las principales áreas metropolitanas del noreste de los Estados Unidos, una de ellas es Nueva York.