Se estima que los bosques en Monteverde resguardan el 2,5% de la biodiversidad mundial, así como de la mitad de la flora y fauna existente en Costa Rica. Es, sin lugar a dudas, una de las joyas naturales del país, reconocido internacionalmente por sus investigaciones científicas, el turismo que ofrece y el catálogo de vida silvestre que contiene.

Con más de 3.200 especies de plantas, incluidas 500 variedades de orquídeas, así como con unas 450 especies de aves —siendo el quetzal (Pharomachrus mocinno) su especie emblemática—, 120 de mamíferos, 60 de anfibios y 100 de reptiles, la Reserva Biológica del Bosque Nuboso Monteverde —que cuenta con poco más de 4000 hectáreas— es un modelo de conservación y ecoturismo.

Tan solo el 1% de los bosques a nivel mundial están clasificados como nubosos y, aunque Monteverde aún cabe en esta categoría, poco a poco está dejando de serlo. El ecosistema es rico en vida, pero también frágil. El cambio climático, aunado a otros factores ambientales, provocan la pérdida de humedad en el ecosistema. Es algo para lo que las especies endémicas del lugar no están preparadas y es ahí donde comienza una carrera evolutiva entre la adaptación y el calentamiento global.

En la foto se nota cómo algunas nubes se forman más arriba de las montañas, lo cual incide en la humedad tan necesaria en los bosques nubosos. (Foto: Miriet Abrego).

Humedad

La principal característica de un bosque nuboso, como su nombre lo indica, radica en una alta concentración de niebla durante todo el año. Sin embargo, y según un estudio de la Escuela de Ciencias Biológicas de la Universidad Nacional (ECB-UNA), la zona “ha presentado una reducción de los patrones de nubosidad y precipitación, lo que cambia los niveles de humedad”.

“Las nubes se forman a partir de los vientos alisios, así que cuando el aire pega contra las montañas, este se ve forzado hacia arriba. Mientras sube, se va enfriando y expandiendo, y cuando llega a cierta altura empieza la condensación, que es la formación de nubes”, explicó Alan Pounds, investigador del Centro Científico Tropical (CCT).

“Con el calentamiento global, debido a que el aire es más caliente, este debe subir más alto para empezar ese proceso de condensación. Las nubes tienden a formarse más arriba y pueden pasar sobre la ladera de Monteverde sin entregar nada de agua”, continuó el científico.

El valor de las nubes, más allá de generar las lluvias necesarias para el bosque, está en bloquear parte de la radiación solar y reducir las temperaturas. Por eso, si las nubes se forman más alto, la deshidratación es solo uno de varios problemas.

“Las plantas en bosques nublados no están acostumbradas a recibir días completos de sol, entonces se pueden ‘achicharrar’. Generalmente, a mediodía, las temperaturas están más altas e inciden en el aparato fotosintético de las hojas y afectan al consumo de dióxido de carbono”, comentó Roberto Cordero, coordinador del Laboratorio de Ecología Funcional y Ecosistemas Tropicales (LEFET-UNA).

No obstante, esto tampoco significa que se haya perdido la humedad del bosque. La diferencia, como explicó Pounds, es muy característica del cambio climático: los períodos secos son más secos que antes, pero también los períodos lluviosos son más húmedos.

En la década de 1970, y según los registros de CCT, se registraban 20 días al año sin precipitación; ahora estos días secos pueden alcanzar los 100. También hay años con muchísima lluvia, precisamente porque existe más variabilidad.

“Hay varias tendencias a la vez: las nubes se están formando más arriba y entregan menos agua al bosque, pero eso no significa que no haya agua en el aire. Con el calentamiento global, el contenido de agua en la atmósfera es más alto que antes, así que hay mayor humedad absoluta. El problema es que entre esos dos extremos estamos perdiendo la nubosidad que hace a un bosque nuboso, y cada vez se convierte más en un bosque estacional”, añadió Pounds, quien cuenta con casi medio siglo de experiencia en investigación en Monteverde.

Termotolerancia

En términos de Rachel Cruz, miembro de la investigación de la ECB-UNA, la termotolerancia se refiere a la “capacidad que tienen las plantas de enfrentar un estrés por variaciones en la temperatura o la humedad, que podrían influir de manera significativa en su crecimiento y desarrollo”.

En este sentido, el 33% de las 12 especies forestales analizadas por los investigadores de la UNA mostraron alta termotolerancia y las menos tolerantes están en valores que aún no son detectados en condiciones naturales. A mayor masa foliar (entre más gruesa sea la hoja), la termotolerancia es menor.

Un punto delicado es la afectación a la fotosíntesis debido a que las plantas, al enfrentar estos cambios en el clima, tendrían menor captación de dióxido de carbono, el cual ha aumentado en los últimos años. Este problema puede implicar la muerte de las plantas, además de problemas en el ecosistema debido a la mayor cantidad de dióxido de carbono que se mantiene en el aire.

“Hay especies muy tolerantes y otras que, de seguir estas tendencias, pueden llegar a morir. Todo esto ocurre más rápido de lo que evolucionan las plantas. En un momento dado se podrían adaptar, pero que todas lo hagan al mismo tiempo es el problema. Como ecosistema, esta evolución no ocurre en 50 años y los picos diarios que pueden llegar hasta 40°C dañan el aparato fotosintético y la capacidad de mitigación de dióxido de carbono”, comentó Cordero.

El quetzal es una de las especies emblemáticas de Monteverde. Vive únicamente en bosques nubosos montanos entre 1000 y 3000 metros sobre el nivel del mar, por lo que tiene un techo altitudinal que se ve amenazado por el cambio climático. (Foto: Zdeněk Macháček / Unsplash).

Biodiversidad

Sumado a lo anterior, Monteverde tiene todo para ser considerado un centro de endemismo, es decir, en este lugar existen especies que son únicas en el mundo gracias a las condiciones del clima y la topografía.

La biodiversidad presente en montañas de unos 1200 a 1700 metros de altura hace del bosque nuboso un lugar irremplazable, ya sea para el planeta o el país, con todo lo que eso implica.

“Aquella hipótesis, de que las especies ascienden en la montaña conforme asciende la temperatura para buscar sitios más frescos y húmedos, no puede ocurrir en Monteverde porque no hay más montañas hacia arriba. Esa solución de moverse a un piso altitudinal más alto es correcta, pero irreal”, declaró Cordero.

Por esta razón, especies de zonas más bajas son cada vez más comunes en Monteverde —como es el caso del tucán pico iris (Ramphastos sulfuratus)—, puesto que el bosque ha ido cambiando sus características mientras la flora y fauna propias de estas regiones nubosas se ven continuamente con menos espacio para desarrollarse.

Al respecto, Pounds dijo que “se ha reducido la cantidad de reptiles y han cambiado las comunidades de aves, principalmente porque se distribuyen más hacia las laderas de las montañas. Lo que pasa es que las especies de más arriba son muy vulnerables y están en riesgo de perderse. El sapo dorado (Bufo periglenes), único de Monteverde, es un ejemplo que creemos que se extinguió por el cambio climático”.

No todos estos contratiempos en la Reserva Biológica del Bosque Nuboso Monteverde son resultado del cambio climático. Otras amenazas —como el interés por la explotación de los recursos naturales, el avance de la frontera agrícola, la población creciente, la cacería ilegal, entre otros— impulsan las transformaciones de la zona.

“Las soluciones en contra del cambio climático no son dependientes de lo que hagamos en Costa Rica, sino que es una cuestión a nivel global. Sin embargo, la restauración ecológica es la función número uno del país. Debe acelerarse la recuperación de estos bosques, ya de manera activa y no solo por abandono”, reflexionó Cordero.

Se pueden encontrar otros bosques nubosos a lo largo del Corredor Biológico Arenal-Monteverde así como en la cordillera de Talamanca, las partes altas de los volcanes Poás, Barva y Turrialba, así como en San Gerardo de Dota. (Foto: Roberto Cordero / LEFET-UNA).

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