Una temporada de huracanes superior a la normal, ese fue el legado que dejó este 2020 en el Atlántico. Los números finales, según la Organización Meteorológica Mundial (OMM), fueron de 30 tormentas tropicales con nombre, incluidos 13 huracanes y seis mega huracanes.

“Se trata de la mayor cantidad de tormentas registradas, superando las 28 de 2005 y el segundo mayor número de huracanes registrado”, se lee en el reporte del organismo de Naciones Unidas.

Según OMM, una temporada promedio tiene 12 tormentas tropicales con nombre, seis huracanes y unos tres huracanes importantes. Las tormentas con nombre poseen vientos de 64 kilómetros por hora (km/h) o más, mientras que los huracanes tienen vientos mayores a los 117 km/h y los huracanes suelen ser categoría 3 o superior, con vientos máximos de 178 km/h o más.

Este 2020 comenzó a un ritmo rápido y temprano con un total de nueve tormentas ocurridas entre mayo y julio. Para el 18 de setiembre, con la tormenta Wilfred, se acabaron los nombres de la lista prevista para esta temporada y, por segunda vez en la historia, se recurrió al alfabeto griego para nombrar a los eventos extremos por el resto de la temporada. Se llegó al noveno nombre de la lista: Iota.

De hecho, Iota y Eta -ocurridos con apenas semanas de diferencia- impactaron fuertemente a Centroamérica. Ambos huracanes, categoría 4, tocaron tierra en Nicaragua en el mes de noviembre, dejando a su paso una serie de daños, incluyendo inundaciones y deslizamientos.

“Fue la primera vez que en el Atlántico se registran dos grandes formaciones de huracanes en noviembre, en una época del año en la que la temporada normalmente está terminando”, destacó OMM.

En Costa Rica, y según datos del Instituto Metereológico Nacional (IMN), noviembre cerró con un superávit de precipitaciones en el Pacífico y Valle Central, magnificado por los efectos indirectos de ambos huracanes.

Las lluvias y vientos de Eta afectaron a 325.000 personas, según datos de Casa Presidencial. De ellas, 2.056 fueron movilizadas a 77 albergues temporales que fueron instalados en 23 cantones.

El suministro de agua potable también se vio impactado, lo que obligó al Instituto Costarricense de Acueductos y Alcantarillados (AyA) a invertir 421 millones de colones en obras para garantizar el abastecimiento.

La infraestructura vial también se vio gravemente afectada por los huracanes. Al 24 de noviembre, y según la Comisión Nacional de Emergencias (CNE), se recibieron 154 solicitudes de intervención inmediata de causes y recuperación de vías en 25 cantones.

De hecho, 29 comunidades quedaron aisladas debido a la crecida de los ríos o la obstrucción de caminos. Un total de 18 cantones -en las provincias de Puntarenas, Guanacaste y San José- reportaron daños en puentes, alcantarillas, tomas de agua, cortes de fluido eléctrico y diques.

Solo la rehabilitación de caminos tuvo un costo aproximado de 1.626 millones de colones, según CNE.

(Créditos: IMN)

Condiciones más cálidas

La razón detrás de la temporada récord de este año yace en las condiciones cálidas presentes en el Atlántico.

Este aumento de la actividad de los huracanes se atribuye a la fase cálida de la Oscilación Multidecadal del Atlántico (AMO, por sus siglas en inglés) -que comenzó en 1995- y ha favorecido la aparición de más tormentas, más fuertes y más duraderas desde entonces. Tales eras activas para los huracanes del Atlántico han durado históricamente unos 25 a 40 años”, explicó OMM en su reporte.

“Un conjunto interrelacionado de condiciones atmosféricas y oceánicas vinculadas a la cálida AMO estuvieron presentes nuevamente este año. Estas incluyeron temperaturas de la superficie del océano Atlántico más cálidas que el promedio y un monzón más fuerte en África occidental, junto con una cortante de viento vertical mucho más débil y patrones de viento provenientes de África que eran más favorables para el desarrollo de tormentas. Estas condiciones, combinadas con La Niña, ayudaron a hacer posible esta temporada de huracanes extremadamente activa que bate récords”, continuó.

Aparte de la cantidad, este año evidenció una rápida intensificación en algunos huracanes, lo cual se relaciona al cambio climático. Ese fue el caso de Hanna, Laura, Sally, Teddy, Gamma, Delta, Epsilon, Zeta, Eta e Iota, que se intensificaron rápidamente, incluso algunos de ellos de forma explosiva.

“Todas estas tormentas tenían el potencial de causar grandes daños y pérdidas de vidas porque eran muy fuertes y se prolongaron durante mucho tiempo”, subrayó la OMM.

El calentamiento de los mares alimenta a las tormentas tropicales, haciendo que aumente la energía potencial de la que disponen e incrementando su límite de velocidad. En las últimas décadas, las temperaturas de los océanos han aumentado debido al cambio climático y esto ha provocado un incremento en la intensidad de los huracanes.

“El principal culpable de la hiperactividad de este año fue el hecho de que las temperaturas del océano fueran más cálidas que el promedio. Esta es también la principal razón de una temporada más larga que la media y de los numerosos eventos de rápida intensificación”, dijo Jim Kossin, científico del Centro para el Clima y el Tiempo de la Administración Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos (NOAA, por sus siglas en inglés).

Según Kossin, citado por OMM, la duración de la temporada de huracanes aumenta en unos 40 días por cada grado centígrado de calentamiento.

“Con el calentamiento global de origen antropogénico hay más energía disponible que promueve una mayor actividad de los huracanes. Esto puede manifestarse de varias maneras tanto para temporadas enteras como para tormentas individuales: mayor número, más intensidad, más grande, más duradero y, en todos los casos, mayores precipitaciones y potencial de inundación”, comentó Kevin Trenberth, académico distinguido del Centro Nacional de Investigaciones Atmosféricas (NCAR) en Boulder y académico honorario del Departamento de Física de la Universidad de Auckland en Auckland (Nueva Zelanda).

“Todos los huracanes eliminan el calor del océano en forma de enfriamiento por evaporación, que proporciona el combustible para la tormenta mediante el calentamiento latente, y las tormentas muy grandes e intensas dejan tras de sí una estela fría pronunciada, en detrimento de las tormentas posteriores. La capacidad de las tormentas de encontrar océanos vírgenes aumenta sus perspectivas de desarrollo”, agregó Trenberth.

Otro factor que pudiera estar influyendo son los aerosoles de sulfato, los cuales también tienen un origen antropogénico ya que se producen tras la combustión de fósiles. Estos aerosoles se incrementaron rápidamente desde la década de 1950 hasta la de 1980, luego se redujeron con la misma rapidez como producto de las medidas tomadas en pro del aire limpio.

Indirectamente, estos aerosoles ayudaron a enfriar el Atlántico y, por ende, disminuyó la cantidad de huracanes en las décadas de 1970 y 1980.

“En primer lugar, la disminución de la emisión de aerosoles antropogénicos durante el período 1980-2020 podría haber dado lugar a la tendencia creciente de los huracanes del Atlántico. La disminución de la contaminación por partículas, debido a las medidas de control de la contaminación, aumentó el calentamiento del océano al permitir que el océano absorbiera más luz solar. Este calentamiento local condujo a un aumento de la actividad de los ciclones tropicales en los últimos 40 años en el Atlántico Norte”, explicó Hiroyuki Murakami, científico del Laboratorio de Dinámica de Fluidos Geofísicos de NOAA, quien aclaró que este comentario se deriva de su investigación y no necesariamente refleja el criterio de NOAA.

“En segundo lugar, los huracanes en el Atlántico Norte durante los decenios de 1980 y 1990 estuvieron relativamente inactivos debido a las grandes erupciones volcánicas de El Chichón en México en 1982 y Pinatubo en Filipinas en 1991, que provocaron el enfriamiento de la atmósfera del hemisferio norte. El calentamiento de los océanos se ha reanudado desde 2000, lo que ha dado lugar a un repunte de la actividad de los huracanes en el Atlántico Norte desde 2000”, añadió Murakami.

Como tercer punto, Murakami agregó: “la condición de La Niña se desarrolló en la temporada de verano boreal de 2020. Esta condición de La Nina en el Pacífico tropical afectó remotamente la circulación a gran escala que llevó a una activa temporada de huracanes en el Atlántico Norte”.

Lo apuntado por Murakami pone en evidencia que no es suficiente con reducir los contaminantes del aire, las emisiones de gases de efecto invernadero también deben caer hasta cero neto en las próximas décadas.

(Créditos: NOAA)

Más desastres

En los últimos 50 años, más de 11.000 desastres han sido vinculados al cambio climático. Si bien el promedio de muertes registradas por cada desastre ha disminuido en un tercio durante este período, el número de desastres registrados se ha quintuplicado y las pérdidas económicas se han multiplicado por siete, según el informe titulado Estado de los servicios climáticos 2020 de la OMM.

De hecho, entre 1970 y 2019, el 79% de los desastres estuvieron relacionados al cambio climático. Esos desastres representaron el 56% de las muertes y el 75% de las pérdidas económicas por desastres durante ese período.

“Los fenómenos meteorológicos y climáticos extremos han aumentado en frecuencia, intensidad y gravedad como resultado del cambio climático y afectan de manera desproporcionada a las comunidades vulnerables”, se lee en el informe.

Solo en 2018, unas 108 millones de personas necesitaron ayuda del sistema humanitario internacional como resultado de tormentas, inundaciones, sequías e incendios forestales. Para 2030, se calcula que el número podría aumentar en un 50% a un costo de $20.000 millones anuales.

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