Desde inicios de los 90, la comunidad internacional ha luchado con el problema del cambio climático. La visión tradicional dictaba que los países ricos eran responsables de limpiar su desastre y apoyar financieramente a los países pobres en su adaptación a impactos climáticos y la mitigación de emisiones. Era un mundo simple, donde estaban claros los quiénes-sí y los quiénes-no.

Y si bien esto sonaba muy bonito en 1992, cuando la Convención Climática fue fundada, ya no tiene mucho sentido en el 2015. Los países en desarrollo ya no reciben pasivamente la ayuda internacional, si alguna vez lo hicieron, sino que proponen soluciones, apoyan la acción climática ambiciosa y están liderando sus propias revoluciones de ciudades sostenibles y energía limpia. A pesar de esto, las negociaciones del clima se han quedado atrás.

Con las negociaciones del clima en Paris a la vista, algunos han decidido ignorar los cambios vividos en las dos últimas décadas, basando su análisis en el mundo de 1992. Así no funciona nuestra generación. Es cierto, el legado del colonialismo es real y no argumentamos en contra de esto, pero cuestionamos la idea de que solamente hay países ricos y países pobres, donde los pobres no están empoderados para imaginar que algo diferente es posible y los ricos deben proveer las ideas y el dinero. Sabemos que es posible – con la suficiente voluntad política – trazar un camino de desarrollo diferente y sin seguir el modelo tradicional del que hemos sido testigas.

En el 2015, es imprescindible reinterpretar la justicia climática. Debemos cuestionar la lectura estricta y tradicional que generalmente se hace del principio de Responsabilidades Comunes, pero Diferenciadas (CBDR por sus siglas en inglés), pues no es lo suficientemente flexible para adaptarse a un mundo con realidades cambiantes. Dicho de otro modo: no puede haber justicia climática si en Paris no se firma un acuerdo climático.

A diferencia de 1992, las poblaciones que están emitiendo la mayor cantidad de emisiones no viven exclusivamente en eso que llaman el Norte Global. Una nueva clase de consumidores transnacionales (quienes tienden a ser contaminadores con dinero) ha emergido en países del Sur Global.

Ignorar a esta clase tiene implicaciones morales y climáticas profundas porque al no tenerla en cuenta, no hay límite al calentamiento global a la vista.

Por lo tanto, la equidad en el contexto de la justicia climático tiene que ser redefinida y no puede ser usada para justificar la inacción. Como Paul G. Harris dice, “el verdadero problema de la equidad es aquel entre la clase media global y la mayoría marginalizada.” Y sin embargo, algunos defensores de la “justicia” y la “equidad” quieren evitar su compromiso con los más vulnerables al esconderse detrás de la pobreza total en sus países.

Acción climática que empodera

Enfrentar los desafíos que el cambio climático nos presenta es difícil. Esto implica enfrentar a nuestro modelo de desarrollo actual, la gran dependencia en fósiles combustibles y el uso insostenible de los recursos. Significa enfrentarnos a la inercia de un sistema y a los que están en el poder, quienes con frecuencia representan los intereses de una minoría muy pequeña. El movimiento climático no es inmune a la creciente brecha de desigualdad en países: en un mundo donde pocos controlan los recursos y hay un desequilibrio de poder, la justicia climática debe ser redefinida para que nos incluya a todos, ofreciendo soluciones a cada ciudadano vulnerable en el mundo.

No hay duda que ciudadanos alrededor del mundo – en países en desarrollo y desarrollados por igual – esperan que sus gobernantes promuevan la calidad de vida para todos los habitantes en su país.

Tanto la ciencia como la experiencia nos han demostrado que los modelos convencionales de desarrollo no pueden ayudarnos en la lucha contra los desafíos del siglo XXI. Los millennials entendemos que una verdadera transformación económica es una necesidad, no un lujo. Ciudades limpias, modos de subsistencia sostenibles y un clima estable no son una opción, sino nuestro derecho. Una estrategia basada en carbono y baja resiliencia no logrará ser traducida a una mejor calidad de vida a largo plazo, será costosa e incrementará la desigualdad.

Mientras la visión tradicional de desarrollo es perturbada por un urgente llamado a cambiar, muchos de nosotros vemos en esta transición una oportunidad para empoderar a nuestros países a imaginar y crear modelos de desarrollo más limpios, justos e inclusivos a través de la acción climática. No hay una respuesta simple; cada país tendrá que implementar un plan acorde con su contexto nacional e implementar cambios a nivel local. Esto presenta una oportunidad para capturar la imaginación y los corazones de la gente y empoderarla para que sea parte de la búsqueda de soluciones. Las acciones de los ciudadanos alrededor del mundo demuestran su papel como constructores activos y no receptores pasivos.

Sin embargo, en un mundo globalizado donde las sociedades y las economías están fuertemente entrelazadas, la cooperación es crucial lo mismo que una hoja de ruta hacia el futuro. Los compromisos en conjunto y el apoyo internacional ayudan a estimular la acción climática a nivel nacional. Los espacios internacionales que son representativos, como las negociaciones climáticas, son invaluables y claves para apoyar una transición justa. En un mundo cada vez más desigual, los que nos representan en la esfera internacional deben priorizar y promover la colaboración que apoye la transformación de nuestros contextos locales.

La justicia climática en la práctica

La lucha por la justicia se encuentra en el centro de cualquier transformación humana. La justicia climática es tener acceso a una transición justa en tu comunidad y país. Un acuerdo internacional puede ayudar a empoderar estas batallas por una transición justa, baja en carbono y resiliente a nivel local, donde la implementación ocurra más allá de Paris.

El camino a la justicia climática no será fácil. Transiciones difíciles a nivel social y cultural como está toman tiempo y humildad.

Vemos esto en la práctica mientras el mundo reduce su uso de carbón y los trabajadores de fósiles combustibles necesitarán encontrar trabajos alternativos. En Estados Unidos, Hillary Clinton anunció recientemente un plan de 30 mil millones de dólares para ayudar a los trabajadores de la industria del carbón a ajustarse a la transición como parte de su campaña electoral. No hay justicia si no se lucha contra el cambio climático, pero más iniciativas de este tipo serán necesarias para facilitar la transición.

La justicia climática también significa que pedimos una rendición de cuentas a nuestros gobiernos, instituciones y líderes comunitarios con respecto a su responsabilidad de protegernos. Esto implica demandar transparencia en cuanto a la distribución de atención, dinero y recursos. Los millennialsseguimos de cerca y retamos la creencia popular. El movimiento por la desinversión de fósiles combustibles ha provisto un vehículo para buscar este tipo de justicia climática. Este movimiento plantea una pregunta vital: ¿cómo es posible que las instituciones diseñadas para proteger a la sociedad siguen deliberadamente invirtiendo en energía fósil que saben tendrá consecuencias catastróficas?

Después de la conferencia de París, mientras los impactos climáticos crecen, esta pregunta se volverá aún más complicada – ¿Están estas mismas instituciones preparándose para proteger a sus ciudadanos, estudiantes y clientes frente al cambio climático?

En la actualidad, la mayoría vulnerable está perdiendo en contra una minoría fuerte en comunidades alrededor del mundo. La lucha por la justicia climática no puede tomarse por separado, sino que tiene que coincidir con otras luchas en contra de diferentes injusticias que tendrán que ser enfrentadas en conjunto. Esta búsqueda de la justicia climática es una lucha por la liberación, una travesía para disipar la inequidad, eliminar la corrupción, promover la armonía ambiental y mejorar el acceso a una mejor y más sana calidad de vida. Eso exige nuestra generación.

Camilla Born (Londres, Reino Unido, 1989) y Marcela Jaramillo (Medellín, Colombia, 1986) son asesora de política de cambio climático en E3G. Camila Bustos (Bogotá, Colombia, 1993) es investigadora principal en Nivela. 

Publicado originalmente en Nivela.org

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