Un kilo de tomate a ₡4.000. De esta manera, los anaqueles de los supermercados y los puestos en las ferias del agricultor dan cuenta de los impactos del 2024 como el año más caliente desde que se tienen registros.
A noviembre de 2024, la Canasta Básica Alimentaria (CBA) —determinada por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC)— tenía un costo de ₡61.037. Dentro de esta, las hortalizas tenían un valor de ₡4.480, uno de los más altos en los últimos años.
En diciembre de 2024, y según el Índice de precios al consumidor (IPC), se tuvo un incremento mensual de 0,94%, la variación mensual más alta en dos años. Aparte de los paquetes turísticos al extranjero, los alimentos fueron la segunda categoría en tener un mayor efecto en la variación mensual, siento el tomate, la papaya, la cebolla, la papa, el chile dulce, la sandía, los huevos y el culantro los que más subieron de precio.
Al siguiente mes, en enero de 2025, los precios de la papa, tomate, cebolla, papaya, repollo, sandía y chile dulce seguían altos. Por ejemplo, el tomate aumentó un 47,7%, la papa un 43,18%, la cebolla un 41,83%, el repollo un 33,3%, la papaya un 27%, la sandía un 12,6%, el chile dulce un 10,15%, entre otros.
“No es que los productores estén ‘haciendo su agosto’”, comentó Leiner Vargas, economista del Centro Internacional de Política Económica para el Desarrollo Sostenible (Cinpe) de la Universidad Nacional (UNA). “Es el clima que afecta de manera directa los bolsillos de los consumidores, lo que ha llevado a muchas familias a sacar de su lista de compras el tomate y verse obligados a sustituirlos por otras variaciones”, continuó.
El año pasado, la temperatura media se situó 1,60°C por encima del promedio de 1850-1900 (periodo preindustrial). Ese calentamiento se tradujo en eventos meteorológicos extremos en todo el mundo y Costa Rica no fue la excepción: condiciones secas impactaron al agro en el primer semestre del 2024 y los productores luego tuvieron que lidiar con fuertes lluvias e inundaciones en la segunda parte del año.
Las secuelas del 2024
Las pérdidas a nivel de producción debido a las lluvias de noviembre y diciembre se calcularon en ₡500 millones, según datos brindados por la Cámara Nacional de Agricultura y Agroindustria al Semanario UNIVERSIDAD.
En los últimos meses del 2024, las influencias indirectas de los huracanes Rafael y Sara, así como la zona de convergencia intertropical, generaron 22 días de intensas lluvias. Los productos agrícolas se vieron afectados por estas, resultando en el encarecimiento de los alimentos.
Guido Vargas —dirigente en la Unión Nacional de Pequeños y Medianos Productores (Upanacional)— dijo a este Semanario que hubo una “afectación muy grande en todos los cultivos hortícolas; por ejemplo, en vegetales como lechuga, espinaca, pepino, chile dulce; en papa; e incluso en productos más resistentes como las zanahorias. Esto debido al exceso de lluvia, baja luminosidad y proliferación de hongos”.
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El café también se vio afectado, según Vargas, porque algunas zonas sufrieron maduración temprana y en otras más bien fue tardía, resultando en la caída del grano y en la pérdida de la cosecha (calculada en un 30% por el Instituto del Café de Costa Rica).
Para el economista del Cinpe, las alteraciones del tiempo y el clima deben tenerse cada vez más presentes.
“Debemos tener fincas donde exista una protección ante las alteraciones climáticas y evitar así riesgos ante el exceso de sol en determinados periodos, que controle la aparición de plagas o de lluvias como las que hemos visto y acostumbrar al agricultor a centrarse en esos ciclos de dos o tres semanas y no solo en un boom de cosecha que se pueda perder después”, recomendó Vargas en un comunicado.
Lo ocurrido en 2024 no sale de la nada, responde a una tendencia observable desde hace unas décadas. En América Latina y el Caribe, la frecuencia de eventos extremos ha aumentado significativamente: entre 1990 y 2000, la región registró un promedio de 36,8 eventos por año; mientras que, entre 2010 y 2023, esta frecuencia fue de 55,1 eventos anuales.
En cuanto a sequías, la frecuencia pasó de 3 en el periodo 1990-2000 a 3,3 veces al año en 2013-2023. Vale resaltar que las sequías causan más del 60% de las pérdidas agrícolas en el mundo.
Por su parte, el promedio de inundaciones se duplicó: se pasó de 16 a 32,1 eventos anuales en los mismos periodos. ¿Con qué consecuencia? Cuando los terrenos cultivables se inundan, se retrasa la fase de siembra y se presentan complicaciones como compactación del suelo, falta de oxígeno y enfermedades radiculares.
Tanto la variabilidad del clima como los eventos extremos no solo reducen la productividad agrícola —tanto en cantidad como calidad— sino que dan el primer golpe a un dominó donde está la alteración de las cadenas de suministro de alimentos, el aumento de los precios y la afectación de los entornos alimentarios, sumiendo a las personas en inseguridad alimentaria y consecuentemente en subalimentación y malnutrición (se refiere a las carencias, excesos y desequilibrios de la ingesta calórica o de nutrientes).
“La evolución de los patrones de variabilidad del clima y fenómenos climáticos extremos constituye uno de los principales impulsores de las tendencias recientes en inseguridad alimentaria y malnutrición”, se lee en el informe Panorama regional de la seguridad alimentaria y la nutrición en América Latina y el Caribe.
Impactos en la alimentación
La disponibilidad es la primera dimensión de la seguridad alimentaria, ya que se refiere al suministro constante y suficiente de alimentos. Por el impacto en la producción agrícola, el cambio climático la está poniendo en jaque.
Al perderse cosechas o disminuir los rendimientos agrícolas, también se reduce el poder adquisitivo de los hogares y esto a su vez repercute en el acceso a los alimentos, situación que se vuelve crítica en el caso de los hogares de bajos ingresos, ya que se ven forzados a limitar tanto la diversidad como la calidad nutricional de su alimentación y esto les pone en riesgo de malnutrición.
“Los hogares que enfrentan inseguridad alimentaria suelen adoptar estrategias perjudiciales: comprar menos alimentos, saltarse comidas y elegir alimentos básicos de menor calidad y valor nutricional. Esto resulta en que los niños y niñas consuman menos alimentos y tengan dietas deficientes. Por otra parte, los fenómenos climáticos extremos contribuyen al aumento del sobrepeso y la obesidad, pues las familias optan por alimentos más baratos y calóricamente densos, mientras que el calor extremo reduce la actividad física y la calidad del sueño de las personas. Esto repercute en el metabolismo y el gasto energético, lo que puede deteriorar la salud y la nutrición”, se explica en el informe.
La subalimentación ocurre cuando el consumo habitual de alimentos por parte de una persona es insuficiente para proporcionar, en promedio, la cantidad de energía necesaria para mantener una vida normal, activa y saludable.
En América Latina y el Caribe, al menos 20 países enfrentan frecuentemente eventos extremos y 14 se consideran vulnerables dada la alta probabilidad de sufrir subalimentación a causa de estos eventos, cuyos impactos se ven exacerbados por conflictos y crisis económicas así como por la desigualdad, la falta de acceso a dietas saludables y entornos alimentarios poco saludables.
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En los países afectados únicamente por eventos extremos, la prevalencia de la subalimentación aumentó 0,8 puntos porcentuales en promedio entre 2019 y 2023. Los países que presentaban una combinación de factores vieron cómo la prevalencia de la subalimentación aumentó 1,5 puntos porcentuales en este periodo. Y cuando los eventos extremos se combinaron con recesiones económicas y conflictos, el aumento promedio alcanzó los 9,2 puntos porcentuales.
Pero el cambio climático no sólo trata de eventos extremos. A nivel mundial, se proyecta que el 10% de la superficie actualmente apta para cultivos se volverá climáticamente inadecuada a mediados de siglo, porcentaje que aumentará entre 31 % y el 34% hacia finales de siglo.
Con cada centígrado que se sume a la temperatura global, el agro será testigo de cómo se altera el periodo de crecimiento de los cultivos, se acelera la maduración de los frutos y, por tanto, se reducen los rendimientos.
El Corredor Seco Centroamericano —que se extiende desde el sur de México hasta el norte de Costa Rica— es “particularmente sensible a las variaciones del clima, ya que más de un millón de familias dependen de la agricultura de subsistencia. Las proyecciones indican que, incluso en el escenario climático más optimista, el rendimiento de los cultivos de maíz y frijol en la región podría reducirse en un 20% hacia finales de siglo”, detalla el informe.
Desigualdades
Aunque es la mayor región exportadora neta de alimentos en el mundo, América Latina y el Caribe se enfrentan a un gran desafío: dispone de alimentos, pero estos no son asequibles y tampoco son accesibles.
“Los altos niveles de desigualdad en los ingresos y el aumento de los precios de los alimentos impactan especialmente a las personas en situación de vulnerabilidad, reduciendo su capacidad para costear alimentos nutritivos”, señalan los autores del reporte.
En 2022, aunque se dio una mejoría con respecto a 2021, lo cierto es que alrededor de 182,9 millones de latinoamericanos no podían permitirse acceder a dietas saludables debido al costo económico de estas.
Las disparidades también se presentan a nivel de subregiones: en el Caribe, el 50% de la población (22,2 millones de personas) no podía permitirse una dieta saludable en 2022, seguida por Mesoamérica con un 26,3% (47,1 millones) y América del Sur con un 26% (113,6 millones).
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En Costa Rica, el costo de una dieta saludable era de $4,27 por persona al día en 2022 (dato más reciente), mientras que en el mundo este monto era de $3,96. Y el 15,9% de la población del país (unos 0,8 millones de personas) no pueden permitirse una dieta saludable.
“El sobrepeso y la obesidad son un creciente desafío en la región y un factor de riesgo clave para las enfermedades no transmisibles. Una dieta saludable es la base para la salud, el bienestar, el crecimiento óptimo y el desarrollo”, dijo Jarbas Barbosa, director de la Organización Panamericana de la Salud OPS).
“La salud debe ser la piedra angular para la transformación de los sistemas alimentarios, promoviendo políticas fiscales, incluyendo impuestos, políticas públicas de compra de alimentos saludables, la regulación de la publicidad, incluidos los sucedáneos (sustitutivo parcial o total) de la leche materna; la inocuidad de los alimentos, la reformulación de productos alimentarios y el etiquetado frontal”, agregó.
En este sentido, el Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG) presentó en enero la hoja de ruta de “Costa Rica hacia Sistemas Agroalimentarios Sostenibles y Saludables 2023-2026: desde el campo hasta el plato”.
Este instrumento pretende orientar la acción en cuanto al consumo y la producción sostenibles, fortalecer los mercados locales, mejorar la comercialización y la trazabilidad de los productos, así como garantizar el acceso a alimentos variados, saludables y nutritivos.
“El MAG, como ente rector del sector agropecuario, identificó una serie de prioridades”, comentó Fernando Vargas Pérez, viceministro de Agricultura y Ganadería.
Aparte de temas de precios, distribución y comercialización, se destacó la necesidad de “fomentar buenas prácticas para el desarrollo de la economía circular, priorizar el desarrollo de cadenas de valor agregado para lograr la diferenciación y mayor aprovechamiento de los productos alimentarios; el fortalecimiento de la investigación y transferencia tecnológica, para el escalamiento de la producción agropecuaria orgánica y, desde la política pública agropecuaria, mejorar la accesibilidad de las personas consumidoras a dietas saludables”, explicó el viceministro.