Desde  finales de la década de 1980, las estaciones sísmicas modernas han estado “tomando el pulso” del planeta, registrando cambios como el aumento en la intensidad de las olas oceánicas y deslizamientos masivos de hielo como el ocurrido en setiembre de 2023 en Groenlandia, el cual provocó un mega tsunami de 200 metros. 

Y es que los sismógrafos no solo detectan terremotos, sino también cualquier onda que se propague por el suelo. Algunas de estas vibraciones solían considerarse simplemente ruido de fondo por los sismólogos, de ahí su nombre, ruido sísmico. No obstante, según un estudio de la Universidad Estatal de Colorado, se ha demostrado que este ruido sísmico ha ido aumentando desde finales del siglo XX.

Una señal nunca antes vista

El deslizamiento masivo de septiembre de 2023 en Groenlandia movilizó más de 25 millones de metros cúbicos de hielo y roca, lo suficiente para llenar aproximadamente 10.000 piscinas olímpicas. Colapsaron desde una montaña que se eleva 1.200 metros sobre el nivel del mar (msnm), y cayeron en el fiordo de Dickson. 

El colapso generó un mega tsunami de 200 metros de altura; seguido de un fenómeno conocido como seiche, donde las olas continuaron moviéndose de un lado a otro en el fiordo durante nueve días. Fuera del fiordo, olas de hasta cuatro metros de altura causaron daños a una base de investigación y destruyeron sitios arqueológicos ubicados a 70 km de distancia.

Este evento extraordinario produjo una señal sísmica global nunca antes vista, la cual perduró nueve días. Esta fue registrada por estaciones sismológicas de alta sensibilidad en todo el mundo, entre ellas, la estación del Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Costa Rica (OVSICORI-UNA). 

La señal se caracterizó por contener solo una frecuencia de vibración, a diferencia de los terremotos, que abarcan un amplio rango de frecuencias, según explicó Esteban Chaves, quien es sismólogo del OVSICORI-UNA. 

Debido a la singularidad de la señal, 68 científicos de 40 instituciones en 15 países -incluido Costa Rica- se unieron para comprender qué había causado este “objeto sísmico no identificado” (USO, por sus siglas en inglés). Juntos llevaron a cabo análisis de datos sismológicos, de infrasonido, además de mediciones de campo únicas, imágenes terrestres y satelitales, así como simulaciones de olas de tsunami que les llevó a vislumbrar lo ocurrido.

También se utilizaron imágenes capturadas por el ejército danés que navegó hacia el fiordo pocos días después del evento para capturar el colapso reflejado en la cara de la montaña y el frente del glaciar junto con las dramáticas cicatrices dejadas por el tsunami.

Según los datos recolectados, el colapso se dio debido al adelgazamiento de los glaciares en la región, un efecto directo del calentamiento global. Esto se debe a que al derretirse las capas de hielo que conforman estos glaciares, el hielo se vuelve cada vez más poroso, perdiendo rigidez y llevándolo a deslizarse.

El océano ruge

Por otro lado, en el estudio liderado por Rick Aster, profesor de geofísica de la Universidad Estatal de Colorado y jefe del Departamento de Geociencias, se analizó más de 35 años de datos recopilados por 52 estaciones sísmicas modernas en todo el mundo para ver cómo el cambio climático está intensificando el ruido sísmico causado por las olas del océano.

Los autores encontraron que las olas oceánicas, impulsadas por tormentas cada vez más intensas debido al calentamiento global, están aumentando en tamaño y energía, causando una vibración mayor al chocar contra la tierra. No obstante, este no es el único factor que provoca un incremento en la fuerza con la que chocan estas olas.

De acuerdo con Omar Lizano, coordinador del Módulo de Información Oceanográfica (MIO) en CIMAR-UCR, en nuestro país aún no se registran olas más grandes; sin embargo, los cambios en la costas, debido a la erosión y la pérdida de arrecifes, los cuales actúan como barreras naturales, llevan a un aumento en la energía con la que estas olas chocan contra la tierra, generando a su vez más inundaciones.

Estos cambios en el oleaje aunados al aumento en el nivel del mar llevarían a un aumento en la erosión de las costas, corrientes de resaca más intensas y mayores posibilidades de inundaciones.

“Vamos a tener que implementar estrategias resilientes, así como intentar mitigar el cambio climático en sí mismo, para asegurar que nuestras poblaciones costeras y ecosistemas estén protegidos de un futuro cada vez más tormentoso”, dijo Aster en un comunicado.

Un futuro tormentoso

A medida que la atmósfera y los océanos se calientan, los patrones de tormentas se intensifican y se presentan cada vez más eventos extremos que tienen la capacidad de dejar una huella en el registro sísmico global.

Según Chaves, lo ocurrido en Groenlandia se repetirá, incluso en otras partes del mundo, a medida que la erosión, en gran parte ocasionada por actividad humana y grandes tormentas, altere la topografía.

Estos deslizamientos se deben a que el aumento en la frecuencia y cantidad de lluvias generan un aumento en la presión relacionada a la porosidad de la tierra, lo cual genera una pérdida de rigidez en los suelos hasta que estos colapsan.

“El calentamiento global ya alcanzó los cascos polares, entonces lo que vamos a ver ahora es un proceso acelerado de deslizamientos.Y estos deslizamientos por erosión no solo ocurrirán en los polos. Un ejemplo reciente es el deslizamiento ocurrido en el Parque Nacional Juan Castro Blanco”, mencionó Chaves.

En 2023, un deslizamiento en la Zona Norte provocó el desprendimiento de más de 40 hectáreas de terreno en el Parque Nacional Juan Castro Blanco. Esto causó un impacto considerable en la comunidad de Aguas Zarcas, ya que la población sufrió interrupciones en el suministro de agua potable, daños en caminos y la afectación de viviendas y comercios.

Sin embargo, la erosión no solo lleva a deslizamientos. En las zonas costeras, el resultado de este proceso se ve en las inundaciones, que cada vez son más frecuentes. “Desde hace 20 años ya venimos con esto (la erosión en playas); y cada vez hay más registros de inundaciones en las zonas costeras, como en Caldera”, subrayó Lizano. 

El oceanógrafo también mencionó que la combinación de fenómenos, como para con El Niño, junto con un aumento en las mareas y marejadas (olas causadas por tormentas), podría volverse más común, lo que haría que inundaciones como las que sufre Caldera sean cada vez más fuertes y frecuentes en todas las costas costarricenses.

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